Domingo de Pentecostés, Ciclo A

Autor: Padre Jorge Humberto Peláez S.J.

 

 

ü    Lecturas:

o       Hechos de los apóstoles 2, 1-11

o       I Carta de San Pablo a los Corintios 12,3b-7. 12-13

o       Juan 20, 19-23  

ü    Hoy celebramos la fiesta de Pentecostés, con la cual se pone punto final al tiempo litúrgico de Pascua:

o       La palabra “pentecostés” es griega y significa “cincuenta”, porque esta fiesta se celebra cincuenta días después del domingo de resurrección.

o       Hoy los cristianos conmemoramos el regalo que nos hace Jesús resucitado, que es el  Espíritu Santo quien dinamiza las comunidades de creyentes y habita en cada uno de nosotros.  

ü    Las tres lecturas de hoy – tomadas de los Hechos de los apóstoles, de la I Carta a los Corintios y del evangelio de San Juan – nos ofrecen elementos muy ricos sobre lo que significó la presencia del Espíritu Santo en la primera comunidad cristiana. Como tema de meditación para este domingo quiero proponerles tres aspectos que destacan estos textos y que me llaman particularmente la atención: 1) el estado de ánimo de la primera comunidad de los seguidores de Jesús; 2) el saludo que les dirige el resucitado; 3) el Espíritu Santo como fuerza transformadora. Por razones de brevedad me concentraré en estos tres puntos, sabiendo que la fiesta de Pentecostés sugiere muchísimos más temas de meditación.  

ü    Empecemos, pues, por explorar el estado de ánimo de los seguidores de Jesús:

o       El evangelio de San Juan no disimula la verdadera situación: “los discípulos estaban en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos”

o       La muerte de Jesús había sido para ellos un golpe demoledor. Tan demoledor que el testimonio de la tumba vacía y las repetidas apariciones no habían logrado modificar sus sentimientos de fracaso.

o       Ciertamente muchos de los que nos encontramos en esta iglesia hemos vivido experiencias  semejantes. Hay situaciones tan duras, tan paralizantes, que – como los discípulos -, cerramos puertas y ventanas, cortamos cualquier tipo de comunicación, rechazamos ver y oír.

o       Cuando nos ven en semejante situación, nuestros familiares y amigos nos dicen palabras de optimismo que nosotros rechazamos. Estas situaciones, cargadas de negativismo, pueden afectar nuestra salud física y mental.

o       Estamos acostumbrados a mirar a los primeros discípulos de Jesús como gigantes espirituales. Y lo fueron. Sin embargo, el reconocimiento de su grandeza no puede llevarnos a negar su dimensión humana, sus vacilaciones, sus debilidades...  

ü     Después de constatar el estado de postración en que se encontraban los discípulos, podemos dar un paso adelante en nuestra reflexión y analizar la forma cómo Jesús los saluda:

o       Dice San Juan: “En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Y diciendo esto, les mostró las manos y el costado”

o       El saludo de Jesús resucitado es un anuncio de paz.

o       La verdadera paz no se puede confundir con una cierta tranquilidad que se logra evitando roces o conflictos; hay personas que prefieren “hacer la vista gorda” ante situaciones difíciles y guardan silencio ante realidades que  hay que denunciar. Esta  paz aparente es comprada pagando un alto precio de silencio y de complicidad.

o       La paz que trae Jesús parte del reconocimiento de Dios como valor supremo de la existencia humana; este reconocimiento permite establecer unas relaciones justas y equitativas con las personas que nos rodean y con el medio ambiente.

o       La paz que nos ofrece Jesús resucitado se va haciendo realidad a través del perdón, de la apertura, de la solidaridad con todos los seres humanos, aceptando su diversidad.

o       En esta fiesta de Pentecostés pidámosle a Jesús resucitado que nos llene con su paz. Paz interior para cada uno de nosotros – cada uno carga con su cruz -, paz para los hogares atormentados por la incomunicación y la intolerancia, paz para Colombia desangrada por décadas de violencia fratricida.  

ü    Pasemos al tercer aspecto que nos ofrecen las lecturas de hoy, el Espíritu Santo como fuerza transformadora:

o       Los que se habían encerrado por miedo a los judíos se transforman en valientes anunciadores de Jesús; los hombres incultos que fueron llamados mientras se preparaban para salir a pescar se convierten en elocuentes predicadores. La ignorancia se transformó en sabiduría y el temor se hizo arrojo.

o       Para percibir el dinamismo del Espíritu Santo tenemos que  valorar el conjunto de la historia de la Iglesia.  Cuando  contemplamos la panorámica de estos dos mil años de historia, tenemos que reconocer, como lo hizo valientemente Juan Pablo II en repetidas ocasiones, los pecados de la Iglesia y sus equivocaciones. Baste recordar la violencia de las Cruzadas y la intolerancia de la Inquisición, los enfrentamientos con la ciencia cuyo capítulo más escandaloso lo constituyó la condena de Galileo, el antisemitismo, la negación del pluralismo, el machismo eclesiástico, los escándalos de sus ministros.

o       Pero junto a estas páginas dolorosas, encontramos en todas las épocas testimonios luminosos de santidad, de abnegación, de solidaridad.

o       Al contrastar estas luces y sombras, la gracia y el pecado en la historia de la Iglesia, descubrimos que hay una fuerza superior, el Espíritu Santo, que explica la vitalidad evangelizadora de ésta. Los imperios más poderosos se han derrumbado como castillos de arena construidos sobre la playa (recordemos el imperio soviético, cuyo poder parecía avasallador; apenas duró 70 años) La Iglesia continúa viva y actuante después de dos mil años, a pesar del pecado de sus miembros. Esto nos muestra que el Espíritu Santo sigue actuando en ella y sigue moviendo el corazón de millones de mujeres y hombres.  Esto nos testimonia que el Espíritu Santo sigue trabajando y no ha entrado a formar parte de los pensionados del Seguro Social.  

ü    Es hora de terminar nuestra meditación dominical:

o       En ella hemos explorado la situación emocional  en que se encontraban los discípulos; profundizamos en el significado del saludo de paz de Jesús resucitado; meditamos en la acción transformadora del Espíritu Santo.

o       Volvamos a la hermosa Secuencia que recitamos juntos: “Ven, Espíritu Santo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego; sana el corazón enfermo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero”