XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Fiesta. Dedicación de la Basílica de san Juan de Letrán

Juan 11, 17-27: El camposanto

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C. 

 

Parece que ir a misa se está convirtiendo en una práctica inusual porque no hace falta, ya que muchas personas afirman tener comunicación directa con Dios. Con el mismo argumento otros han abandonado el sacramento de la confesión porque tienen línea directa al cielo. Siempre que escucho esto me surge la duda sobre cómo saben que efectivamente Dios los perdonó.  No faltan los que condicionan la misa sólo para el momento en que les nazca del corazón, quieren ser auténticos y no conciben ir arrutinados  a la iglesia.  Lo simpático es que quien sostiene esto va obligado al trabajo le nazca o no, hace las tareas le nazca o no y paga sus deudas le nazca o no. 

            Este domingo la celebración de la dedicación de la Basílica de san Juan de Letrán nos ofrece la oportunidad de preguntarnos sobre la presencia de Dios ¿Está en el corazón de los hombre o en el templo? ¿Dónde hay que buscarlo?  ¿Dios habita en edificios de piedra o en templos vivos de carne y hueso?

            Una primera consideración es saber que la presencia de Dios es lo que da vida al alma y al templo. Sin la presencia de Dios, el templo carecería de sentido convirtiéndose en un museo o galería y lo mismo le sucede al alma.

            Dios garantiza su presencia a través de su Palabra y del sacramento. La Iglesia es necesaria porque es lugar de encuentro de Dios con los hombres.  ¿Cómo se realiza este contacto? A través de la liturgia. La liturgia comunitaria celebra los misterios de nuestra redención.  La liturgia nos brinda el camino para expresar a Dios nuestra gratitud por todos sus beneficios. Los cantos, salmos e himnos son expresión de la gloria que le rendimos. La liturgia nos ofrece espacios para pedir perdón a Dios por nuestros pecados e implorar su amor y misericordia.  Finalmente a través de la liturgia impetramos los favores que necesitamos. Dios quiere que le pidamos muchas cosas y el mismo Jesús se lo echó en cara a los apóstoles cuando les recordó que aún no habían pedido nada.   La Iglesia es casa de oración. Es el hogar de todos los creyentes porque está presente en la Eucaristía el mismo Jesucristo.   La belleza de la Iglesia nace de la presencia viva de Dios en su templo.  Esto mismo lo entendió perfectamente el protomártir san Esteban cuando antes de morir lapidado le hizo ver a sus verdugos su pecado y la dureza del corazón porque resistían la acción de Dios escudándose en vanos formulismo. Les dijo: “El cielo es el trono de Dios y la tierra el estrado de sus pies. ¿Qué casa podréis ofrecerle o cuál será el lugar de su descanso? (Hechos 7, 49)   Dios habita en los templos donde existe un corazón humilde que sabe reconocerlo y adorarlo.