XII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 4, 35-40:
¿Quién es el culpable?

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

El pasaje de la tempestad en el lago de Galilea (Mc. 4,35) refleja hasta cierto punto el cuadro general de convulsión y temor que se percibe en nuestro mundo.  Ese mar agitado, embravecido, violento que tanto nos aterra son las enfermedades incontrolables como el sida, las guerras que se suceden sin pausa, la miseria de los fugitivos, la mortalidad infantil por falta de medicinas, las mujeres maltratadas, el estrés de los trabajadores.  Para los sacerdotes resulta molesto escuchar cómo se culpa a la Iglesia como si ella fuera la causante de estos males o como si fuera la única responsable en darles solución. ¡Ya basta! ¿Quién está dispuesto a luchar contra la injusticia? Que venga. El mundo clama por jóvenes audaces, por hombres que quieran comprometer su vida dejando a un lado las acusaciones estériles que de nada sirven. En el horizonte internacional se echa de menos líderes comprometidos con el desarrollo integral de sus pueblos. 

Dios, aunque no quiere el mal, lo permite porque respeta la libertad del hombre. El hombre es el gran responsable de la suerte del hombre. Dios actúa como Dios, no como hombre. La acción de Dios se manifiesta en que del mal saca el bien. El mayor pecado de la historia fue la muerte de Jesucristo y de él Dios Padre nos alcanzó la redención del género humano.  Revise cada uno su propia historia y se dará cuenta que los fracasos, la enfermedad, los problemas no llegaron solos, nos dejaron lecciones de vida que desde la óptica de la fe las consideramos bendiciones.  Nos ayudaron a responder a la pregunta sobre el sentido de las cosas.

A mi modo de ver el pasaje de los dos ladrones que fueron crucificados junto con Cristo muestra bien esta dinámica de la acción de Dios. El primero le imprecaba diciendo: “¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros”!  A este Jesús no le contestó nada. El segundo reconoció su delito y no pidió que lo librara de la muerte, sino que le concediera el don de su perdón: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”. De inmediato respondió Cristo: “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”. (Lc. 23,41)

 

Este pasaje de la tempestad calmada es una clara invitación a confiar en Dios a pesar de los problemas y las dificultades. El poder de Dios es más fuerte que el pecado del hombre. Dios aparentemente duerme, parece que no actúa, que le faltan reflejos, pero está siempre activo y operante. Actúa en el interior de cada persona, “vete y no se lo cuentes a nadie” (Mt. 8,4) Confiad a Dios vuestras preocupaciones, pues él cuida de vosotros. (I Pedro 5,7)