IV Domingo de Adviento, Ciclo A.
San Lucas 1,39-45.
El que obedece, no se equivoca

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

“Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer” (Mt. 1,24)

La obediencia es una virtud sobre la que recae una sombra negativa de inferioridad, debilidad, inseguridad o sumisión. El que obedece las órdenes de otro lo hace porque se encuentra en franca dependencia como ocurre en la relación del empleado con respecto al patrón, del tráfico vehicular con respecto al policía que puede levantar una infracción, del alumno con respecto al profesor que define la calificación.

 

Existe también otro tipo de obediencia que tiene que ver más con la confianza y el ascendiente que ejerce la persona que manda con respecto al subalterno. Pienso, por ejemplo, en un equipo de jugadores con respecto a su mánager, al paciente con respecto al doctor, al soldado con respecto al oficial general del ejército, al empresario con respecto al consejo directivo. Todos ellos obedecen con gusto porque saben que la experiencia, el conocimiento y la prudencia les asegura el éxito o beneficio que esperan. Si esto lo aceptamos a nivel humano, ¡con mayor razón deberíamos confiar en Dios y seguir sus mandatos e inspiraciones!

 

¿No será una locura pensar que nosotros podemos regirnos y gobernarnos excluyendo a Dios? ¿Acaso dudamos de la capacidad que Dios tiene que penetra el porvenir, prever los acontecimientos y medir el efecto que cada causa provoca en nuestra vida? Es precisamente la obediencia la respuesta de Dios espera de nosotros. La obediencia es sinónimo de fe, la fe del hijo que cree en la sabiduría del Padre. Dios sabe lo que nos conviene de cara a nuestra santificación y para ello nos envió al consejero que no se equivoca, al Espíritu Santo, para que a través de sus luces e inspiraciones “nos vaya guiando hacia la verdad plena”. (Jn. 16,13)

 

¿Cómo nos habla Dios? A través de la oración. El silencio interior es el clima que nos permite percibir la voz de Dios. La Virgen María fue obediente al designio de Dios porque conservaba todas las cosas en su corazón y su único deseo era cumplir el plan de Dios. Ante la Eucaristía o en el silencio de una Iglesia abandonada, resulta fácil percibir la voz del Señor. Me descubre lo esencial y me libera del activismo. La oración es fuente de iniciativas y propósitos. Quien obedece a Dios en su interior no se equivoca. “Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor, dicho el hombre que se acoge a Él”. (Salmo 136)