II Domingo de Cuaresma, Ciclo C
San Lucas 9,28b-36: ¡Levantáos, vamos!

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

Existe un claro paralelismo entre la Transfiguración de Cristo y la oración en el huerto de Getsemaní. Ambos acontecimientos nos revelan la dimensión divina y humana de la persona de Cristo desde distinta perspectiva. Tabor nos eleva a la gloria celeste, Getsemaní nos hunde en el abismo más profundo del drama humano. Uno nos muestra la promesa de los bienes futuros, el otro el camino por el cual es preciso pasar para llegar al cielo. 

Encuentro que existen cinco elementos concordantes que nos conducen a una misma enseñanza. En primer lugar Jesús se lleva consigo a Pedro, Santiago y Juan. Ellos son testigos del misterio de Dios-hecho-Hombre que se encarnó para mostrarnos el sentido que tiene la existencia humana en su paso por la tierra y redimirnos del pecado a través de su vida, muerte y resurrección.  Pero también contemplaron al Hombre-Dios que siendo inocente sufre las consecuencias del pecado hasta el extremo de sudar sangre. 

El segundo elemento es que en ambos casos Cristo llamó a los tres para que lo acompañaran a orar. No les invitó a una transfiguración ni mucho menos a la pasión en Getsemaní. Se los llevó a orar, pues en la oración es donde Dios se manifiesta y nos habla. La oración es siempre un ejercicio de ascesis, de elevación, de dominio personal, de silencio interior, de orden, de paz, de encuentro con Dios y consigo mismo.  La oración no es un privilegio, es una necesidad que todos tenemos de trascender a lo material y secundario.  

El tema que se afronta es el mismo: la cruz.  En el monte Tabor, Moisés y Elías, representantes de la ley y los profetas, confirman que la redención del pecado pasa a través de un sacrificio. Un sacrificio único y eterno que será realizado por el Hijo y aceptado por Dios Padre. Desde entonces ya no inmolamos toros, corderos o aves, sino que se ofrece el sacrificio del Hijo en la santa misa y nosotros nos unimos a él a través del ejercicio de las obras de misericordia y de piedad. 

En ambos pasajes está presente el Padre. En Tabor se escuchó una voz desde lo alto del cielo: “Este es mi hijo muy amado, escuchadle”. (Mt. 3,17)  El Padre irrumpe porque el Hijo acepta cumplir con la voluntad del Padre.  En Getsemaní es la oración de súplica que el Hijo eleva: “Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. (Mt. 26,42)  

Finalmente las escenas concluyen con las mismas palabras: ¡Levantáos, vamos! Esta es la respuesta del cristiano ante las dificultades. Es la garantía de haber hecho una buena oración. Es la conciencia de que no se llega al cielo, sin habar pasado por el camino excelso de la cruz. ¡Levantaos, vamos!