III Domingo de Pascua. Ciclo C.
San Juan 21, 1-19: Resurrección

Autor: Padre José Manuel Otaolaurruchi, L.C.

 

 

Por hoy, dejemos reposar el mundo de las ideas para elevarnos al ámbito de la mística, donde el tiempo parece que no existe y la intuición predomina y resplandece. Ante un hecho único en la historia, como fue la resurrección de Cristo, garantía de la fe que profesamos, escuchemos al maestro Henry Kronfle que comparte su encuentro con el resucitado aportando la dulzura de la palabra hecha soneto:

Sobró la fe en un hecho comprobado / por el tacto, el oído y la visión, / cuando fuiste, al final, resurrección/ y redimiste al hombre del pecado. 

Yo no toqué la llaga en tu costado, / ni oí tu voz, ni vi tu aparición. / Sé que volvió a latir tu corazón / por todo el gran amor que nos has dado. 

La luz de tu enseñanza está encendida. / Morirse para siempre no es la suerte /

del hombre que ha nacido para verte.

y al tornarte inmortal, tras tu partida, / dando vida a la vida con tu vida, / diste muerte a la muerte con tu muerte.

¡Magistral lección de teología!  La primera estrofa me recuerda la carta de san Juan testimoniando su encuentro con Jesucristo vivo: “Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida os lo anunciamos para que vuestro gozo sea completo. Este es el mensaje que hemos oído de él y que os anunciamos: Dios es Luz y es Amor”.  (Primera carta de san Juan)

Nosotros tampoco hemos tocado la llaga del costado, pero sabemos que ha vuelto a latir su corazón y prueba de ello la tenemos en tantas personas que siguen dando su vida por Cristo. Como ejemplo, tenemos el testimonio de las miles de familias que anualmente salen de misiones en semana santa para compartir la fe y predicar a Cristo. Allí es donde la presencia de Cristo se hace vida y llega al interior de cada casita, aldea o parroquia. Su alegría es prueba de que el amor de Dios existe porque nos hace auténticamente felices.

“Morirse no es la suerte del que ha nacido para verte”. La redención fue el motivo por el cual, el Hijo de Dios, entregó su vida en una cruz.  La salvación nos aguarda para los que creemos en el amor de Dios que superó el escándalo de la pasión en el Calvario.  Este tercer domingo de pascua, Cristo se aparece a orillas del mar de Galilea para confirmar a Pedro en su misión de ser piedra y pastor de la Iglesia. Para confirmarnos a cada uno en la vocación universal a la santidad de vida. La última palabra lo sintetiza todo: “Sígueme”.  Él nos precede y va dejando las huellas para que no nos perdamos. Te seguiré, oh Señor, por tus sendas de amor y devolveré al mundo su dignidad.