XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 13:1-23: El sembrador, La semilla y la Tierra

Autor: Mons. José María Arancedo

 

 

En el Evangelio de este domingo Jesús nos presenta la parábola del Sembrador. Las parábolas son formas que utiliza el Señor para transmitir una enseñanza. Tienen su raíz en la vida cotidiana, por eso son tan cercanas y fáciles de comprender.

Ellas forman parte de esa sabiduría popular que busca dejarnos una enseñanza a través de una comparación. En esta parábola hay tres elementos: el sembrador, la semilla y la tierra. El fruto esperado no depende sólo de un factor, sino de los tres.

Dios es el sembrador, su Palabra es la semilla, y nosotros esa tierra creada por él pero de la cual somos, en un sentido, propietarios y responsables. La esperanza del sembrador es el fruto a recoger, para ello ha elegido la mejor semilla, su Palabra, su propio Hijo. Volvemos a encontrar en esta parábola ese tema permanente en la relación entre Dios y el hombre que es la libertad, nuestra libertad; en ella está nuestra dignidad, pero también nuestra responsabilidad. La parábola nos plantea de un modo sencillo la realidad de la cooperación del hombre con la obra de Dios.

Antes de mirar la tierra, es importante que contemplemos la obra de Dios, que se nos muestra en la figura del Sembrador y en la riqueza de su Palabra. Antes de ver nuestra pequeñez es necesario considerar la grandeza del amor de Dios que nos ha creado, como su permanente presencia que nos acompaña. Dios no nos crea y se desentiende, sino que vive pendiente de su obra. Esta conciencia se hizo oración en la voz del salmista: “Señor, no abandones la obra de tus manos” (Sal. 137, 8).

La primera certeza de la fe es que Dios nos creado por amor y nos ama, somos sus hijos. La segunda es que ese Dios no es lejano ni un enigma, sino cercano y que nos habló por su Hijo. Es por ello que el Amor de Dios y la Palabra de Jesucristo, son las dos certezas que sostienen nuestra fe. Es esta verdad la que nos lleva a mirar primero el camino de Dios, para luego preguntarnos por lo que nosotros, con nuestra libertad, debemos hacer para cooperar en esta historia única que es nuestra vida.

La diversidad de terrenos, en los que cae la semilla, será la que determina la abundancia del fruto esperado. Como dice el texto, la semilla puede caer al borde del camino, o sobre terreno pedregoso y de poca profundidad, algunas entre malezas y otras, finalmente, en tierra buena. Sólo esta última dio fruto abundante. La sabia sencillez de la parábola no necesita de mayor explicación; ella nos pone frente a una pregunta que sólo cada uno de nosotros puede responder. Nuestra respuesta es a una invitación personal que Dios nos hace a disponer nuestro corazón, para que la riqueza de la semilla que él ha sembrado, encuentre la tierra fértil que de frutos abundantes.

Que sepamos descubrirnos con generosidad en esta parábola, en la que Jesucristo nos enseña el camino de nuestra libertad con la obra de Dios. Reciban de su Obispo junto a mis oraciones, mi bendición de Padre y amigo.