Reflexiones Bíblicas

Domingo XIV del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Ezequiel 2,2-5 2Corintios 12,7-10 Marcos 6,1-6

CORINTIOS. El Dios todopoderoso no quiere hacer nada sin el concurso de sus hijos. Dios es discreto, respetuoso. Si se nos presentara en todo su esplendor seria imposible resistirse a su fascinación y ese poco de libertad que posee el ser humano quedaría reducido a nada. Por eso busca colaboradores. Los busco en otros tiempos y los sigue buscando hoy.

Somos conscientes de ser vasos de barro, como dice San Pablo; pero algo más. El Concilio Vaticano II nos recuerda: "Este pueblo mesiánico tiene por cabeza a Cristo, que fue entregado por nuestros pecados". La condición de este pueblo es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo. Tiene por ley el nuevo mandato de amar como el mismo Cristo nos amó a nosotros. Y tiene como fin el dilatar más y más el reino de Dios. Este pueblo mesiánico aunque parezca una grey pequeña, es para todo el género humano, un germen segurísimo de unidad, de esperanza y de salvación (LG 9). No podemos negarlo. Estamos equipados para aportar a este mundo nuestro algo de luz y de esperanza verdaderas. Conviene que estemos convencidos y nos dejemos guiar por las "dulces voces del pastor de nuestras almas". Porque Él tiene, también, otras ovejas que aún no están en este redil. Y los que estamos o deseamos estar, quizás necesitemos una renovación.

MARCOS. Una vez más resuenan las palabras del prólogo del evangelio de san Juan, con toda su carga de denuncia y promesa: "vino a su casa, pero los suyos no lo recibieron (Jn 1,11); pero los que le reciben por la fe les da poder para ser hijos de Dios" (Jn 1,12). A pesar de la dificultad con que la persona de Jesús se abre entre los suyos, su actuación, que es la obra de Dios, va calando poco a poco y al final se impone con la fuerza del Espíritu y la acogida prestada por los hombres de buena voluntad de entonces y de ahora. 

Muchas veces nosotros tampoco sabemos ver el paso de Dios por nuestra historia, no sabemos reconocer a nuestros profetas. Es siempre más fácil esperar o cosas extraordinarias y espectaculares, o mirar a alguien de afuera. Es mucho más "espectacular" mirar un testimonio en Calcuta que uno de los cientos de miles de hermanas y hermanos cotidianos que se "gastan y desgastan" trabajando por la vida, aunque les cueste la vida. Es mucho más maravilloso mirar los milagros que nos anuncian los predicadores itinerantes y televisivos, que aceptar el signo cotidiano de la solidaridad y la fraternidad. Es mucho más fácil esperar y escapar hacia un mañana que ‘quizá vendrá’, que ver el paso de Dios en nuestro tiempo, y sembrar la semilla de vida y esperanza en el tiempo y espacio de nuestra propia historia. Todo esto será más fácil, pero ¿no estaremos dejando a Jesús pasar de largo?