Reflexiones Bíblicas

Domingo XV del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

Amós 7,12-15: Efesios 1,3-14: Marcos 6,7-13:

AMÓS. Amós es un profeta del siglo VIII que, a pesar de ser del reino del Sur, predicó en el reino del Norte contra los abusos y las injusticias de los poderosos. Lo hizo en tiempos del rey Jeroboán II (782-753 a.C.), momentos de gran bonanza económica para el país. La bonanza económica era interpretada por las autoridades religiosas como un signo de la bendición de Dios. Amós intenta desmontar semejante blasfemia y denuncia con firmeza que los cimientos de aquella sociedad están podridos.

En el reino del Norte había varios santuarios, uno de los más importantes era Betel. Su principal sacerdote era Amasías. Amasías le sale al paso y le recrimina sus palabras. Y con él se enfrenta Amós.

En aquella época vaticinar dichas traía buenos donativos. Le iría mejor a Amós si cambiase el contenido de sus oráculos. O mejor, si se fuese de allí, a su tierra, y se ganase el pan profetizando en Judá.

Pero Amós no vive de su profecía. No es profeta, es decir, al estilo de los que cobran por ello. Tiene sus propios medios de subsistencia: es pastor y cultivador de higos. Él tiene conciencia de que no son sus ganas de prosperar sino el propio Dios quien le ha enviado a profetizar. Nada hará que cambie sus denuncias, ni las intimidaciones del sacerdote ni las del rey. Y se atreve incluso, en nombre de Dios, a condenar y amenazar a Amasías.

MARCOS. No se puede seguir a Jesús y escuchar su llamada sin estar dispuestos a compartir su causa, representar sus intereses y proseguir su obra. La vocación y el seguimiento se convierten así en misión. Los discípulos primeros, como los de cualquier época del cristianismo, están llamados a aceptar con gozo la misión que el Maestro les encomienda, que significa tanto como la colaboración en la obra de Dios, iniciada con la actividad pública de Jesús.

Lo primero que llama la atención es que los envía de dos en dos. Jesús no predicó nunca en solitario y tampoco quiso que sus discípulos lo hicieran. Importante es la misión, pero no lo es menos caer en la cuenta que no existe espíritu misionero sin la llamada a la comunión con los demás y a compartir tareas y proyectos comunes.

Lo segundo que llama la atención es que participan de la autoridad del Cristo. Se trata de una autoridad divina, que tiene poder sobre el mal y sus secuelas. Y la autoridad compartida del discípulo está precisamente en plantar cara al mal, luchar contra él y vencerlo en nombre de Dios y de su Mesías con la fuerza del Espíritu.

Lo tercero que sorprende es la radicalidad con que son urgidos a realizar su trabajo. No necesitan bienes materiales, que a veces estorban, despistan, entretienen y encaminan por senderos erráticos. Basta la gracia divina y la fascinación por la obra de Dios. Al no apoyarse en los problemáticos medios materiales resplandece más la acción de lo alto. Precisamente aquí es donde los discípulos pueden expresar mejor su unión con Jesús, compartiendo su estilo de vida pobre, su desprendimiento de los bienes materiales, su abandono en la providencia del Padre.