Reflexiones Bíblicas

San Marcos 8,22-26

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, Jesús y los discípulos llegaron a Betsaida. Le trajeron un ciego, pidiéndole que lo tocase. Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: "¿Ves algo?" Empezó a distinguir y dijo: "Veo hombres; me parecen árboles, pero andan." Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado y veía con toda claridad. Jesús lo mandó a casa, diciéndole: "No entres siquiera en la aldea."

COMENTARIOS

Acojamos la invitación de Santiago de poner por obra la Palabra, pues ella nos permite definir nuestra identidad de creyentes de modo que oírla sin ponerla en práctica, nos convierte en alguien que ve su imagen en un espejo pero que al retirarse se olvida de quién es.

El Evangelio nos relata un nuevo encuentro. Jesús desembarca en Betsaida, a orillas del lago de Galilea. Allí le presentan un ciego suplicándole que lo toque. Este hombre aparece inicialmente sin voz, sin voluntad propia y depende de otros para acercarse a Jesús. Jesús le toma de la mano, le saca del pueblo, pone saliva en sus ojos, le impone las manos, le pregunta... Afuera, lejos del ruido, Jesús se centra totalmente en su recuperación, dialoga con él y acompaña su proceso.

En un segundo momento, el ciego aparece con voz pero no recupera del todo la visión: expresa su falta de claridad pues ve a las personas como seres lejanos con quienes no puede entrar en relación. Finalmente vemos a un hombre sano, muy diferente al que Jesús encontró: ve claramente y puede regresar a casa por sí mismo. No hace falta entrar al pueblo, ni presentarse a los vecinos o al sacerdote, la casa es el lugar de la Vida a donde debe regresar como una persona nueva.

Seguir a Jesús es disponerse a caminar, acompañar procesos que les posibiliten a las personas ponerse en pie, caminar por ellas mismas y ver la vida con esperanza.