Reflexiones Bíblicas
San Juan 16,5-11

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: "¿Adónde vas?" Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, lo que os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor. En cambio, si me voy, os lo enviaré. Y cuando venga, dejará convicto al mundo con la prueba de un pecado, de una justicia, de una condena. De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me veréis; de una condena, porque el Príncipe de este mundo está condenado."

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Jesús no había hablado nunca antes a sus discípulos de la persecución futura del mundo hacia el discípulo; hasta ahora, el blanco de la hostilidad había sido él, quien, además, podía defenderlos a ellos. Ahora les habla de su muerte de forma metafórica: «él se marcha» pero no los va a dejar solos. Tomás había objetado a Jesús que no sabía adónde se marchaba y, por tanto, no podía saber el camino para seguirlo. Como Tomás, también los discípulos continúan sin comprender la muerte como ida al Padre; para ellos la muerte es el fin de todo. Por eso no piden explicaciones, que consideran superfluas, sino que se llenan de tristeza al pensar en la separación, que interpretan como desamparo. El mundo se les presenta como un adversario formidable y, sin Jesús, se sienten indefensos ante el mundo. Para Jesús, sin embargo, la presencia y ayuda del Espíritu hará más bien a los discípulos que su propia presencia física. Mientras se apoyen en ésta, no aprenderán a asumir su plena responsabilidad ni tendrán la autonomía propia del que obra por convicción interior. Les conviene que se marche, para poder actuar por sí mismos bajo el impulso del Espíritu. 

El mundo o sistema injusto se ha erigido en juez de Jesús y lo ha condenado como a un criminal. El Espíritu va a abrir de nuevo el proceso para pronunciar la sentencia contraria. Los que se hicieron jueces son los culpables; el condenado por ellos tenía la razón de su parte y, en consecuencia, el sistema que se atrevió a cometer semejante injusticia está condenado por Dios.

El mundo se compendia aquí en el círculo dirigente que condenó a Jesús. Su pecado es «el pecado del mundo», que consiste en impedir la realización del proyecto creador, reprimiendo o suprimiendo la vida; ese pecado ha alcanzado su máxima expresión en el rechazo de Jesús, el dador de vida.

La prueba de que Jesús tenía razón será la acogida que le hará el Padre, de la que la comunidad tomará plena conciencia a través de la experiencia del Espíritu que de él va a recibir (15,26). El Padre va a refrendar toda la obra de Jesús; al acogerlo, Dios se constituye en juez e invierte el juicio dado por el mundo. La marcha de Jesús con el Padre es indispensable para que ese juicio histórico se realice. Esto comporta que no esté presente con los suyos como antes; pero ya les ha asegurado que su ausencia corporal será ventajosa para ellos.

El orden injusto va a considerarse más seguro por la muerte de Jesús, pero el Espíritu hará ver a los discípulos que ese mundo está juzgado y que Dios está contra él. El jefe del orden este encarna al círculo de lsodirigentes judíos, considerado como un todo único con plena unanimidad de objetivos.

La comunidad se siente juzgada y condenada por el mundo (16,1-4), pero el testimonio del Espíritu la convence de que es ella la que puede juzgarlo, acusándolo de su pecado, y de que este mundo está abocado a la ruina. Así, a pesar de la persecución que sufre, no se siente culpable ni se acobarda; tiene la certeza del Espíritu y siente el apoyo del Padre. Ve en Jesús la vida y en el sistema, la muerte.