Reflexiones Bíblicas

San Mateo 16,13-23

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

 

Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?". Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas". "Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?". Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo". Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías. Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá". Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres". 

Leer el comentario del Evangelio por : Beata Teresa de Calcuta (1910_1997) fundadora de las Hermanas Misioneras de la Caridad 

El sacramento de la reconciliación: "Lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo" (Mt 18,18)

La confesión es un acto magnífico, un acto de amor grande. Sólo podemos acudir a él en cuanto que somos pecadores, cargados de pecados, y de allí sólo podemos marchar en cuanto pecadores perdonados, sin pecado.

La confesión nunca es solamente un acto de humildad. Antiguamente lo llamábamos acto de "penitencia", pero en realidad, se trata de un sacramento de amor, un sacramento de perdón. Cuando se abre una brecha entre Cristo y yo, cuando mi amor sufre una fisura, cualquier cosa puede llegar a llenar esta raja. La confesión es el momento en que dejo que Cristo quite todo lo que divide, todo lo que destruye. Lo primero es la realidad de mi pecado. Para la mayoría de entre nosotros existe el peligro de olvidar que somos pecadores y que debemos acudir a la confesión como pecadores que somos. Tenemos que acudir a Dios para decirle nuestro desconsuelo por todo lo que hemos hecho y que haya podido herirle.

El confesionario no es un lugar de conversaciones banales y chismes. Hay un solo asunto: mis pecados, mi sentimiento de dolor, mi petición de perdón, mi deseo de vencer las tentaciones, de practicar la virtud, de crecer en el amor a Dios.