Reflexiones Bíblicas Dominicales

Domingo XVII del Tiempo Ordinario, Ciclo A 

Introducción a las lecturas

Autor: Padre Juan Alarcón Cámara S.J

 

 

1Rey.3,5.7-12: Rom.8,28-30: Mt.13,44-52: 

1 REYES. Comenzamos nuestra vida como seres conscientes en el momento en que sabemos distinguir ("discernir") el bien del mal, lo bueno de lo menos bueno. Y nuestra talla de seres racionales y libres será proporcional a nuestra capacidad de distinguir. Ni siquiera las demás virtudes serían tales si falta el discernimiento. Reflexiona S. Agustín sobre este tema y dice que los vicios son virtudes llevadas hasta extremos inadmisibles. Así la generosidad excesiva se convierte en prodigalidad; la valentía sin discernimiento cae en el defecto de la temeridad; la prudencia llevada a extremos se convierte en apocamiento. Por esto se ha podido decir que "lo más normativo de la conducta cristiana es el discernimiento, el que nuestra acción siga la voluntad de Dios. "Porque hijos de Dios son todos aquellos que se dejan llevar por el Espíritu de Dios" (Rom 8,14). ¿Quién se arriesgará a solicitar un bien concreto si antes no lo ha sopesado delante del que más nos quiere y más desea nuestro bien?

Por todo lo dicho, Salomón pide "un corazón dócil para gobernar a su pueblo, para discernir el mal del bien". A Dios le gustó esta petición y le concedió lo que pedía. Salomón "dio con la petición esencial a todo creyente: el espíritu de discernimiento de la voluntad de Dios".

EVANGELIO. En el evangelio de hoy, que cierra el discurso parabólico de Mateo, Jesús nos deja con la miel en los labios al presentarnos el Reino como el valor fundamental, origen de la verdadera alegría y del ordenamiento de todo el ser y de todas las cosas. Cuando el cristiano sabe discernir según el Espíritu encuentra "el tesoro escondido" y ese encuentro transforma su vida y la moviliza con la fuerza de la alegría.

A veces nos da miedo o nos parece demasiado radical o ideal esta decisión de venderlo todo y comprar el campo y la perla. La mejor manera de darle cuerpo y vida a esa compra es contemplar a Jesús. Toda su vida es el ejercicio de quien vive del tesoro, con el tesoro y para el tesoro. Eso le dio fuerza para soportar tantas persecuciones. Y eso es lo que nos deja a nosotros para que no gastemos nuestra vida en lo que no puede salvar. "Yo hago siempre lo que le agrada al Padre", "Mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado". "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad"... dijo Jesús en distintas ocasiones.

Siguen presentes en la historia los ecos de aquellos que descubrieron ese tesoro y le dedicaron toda la vida. "Hágase en mí según tu Palabra", dijo María. "Desde que supe que hay Dios descubrí que no podía hacer otra cosa que servirle" (Charles de Foucauld). "¡Oh hermosura, siempre antigua y siempre nueva!, ¡qué tarde te conocí!". (San Agustín). Y junto a éstos, tantos y tantos otros que dijeron más o menos: "todo tuyo y contigo para siempre".