Juan 9, 1-41 

”El ciego fue, se lavó y volvió con vista”

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo

 

 

Sabemos que este tiempo de Cuaresma debe ser preparación para celebrar con dignidad la Pascua, es decir, la conmemoración anual de la pasión, muerte y resurrección del Señor; conmemoración anual también de nuestro bautismo, por el que hemos sido incorporados a Cristo. Ser bautizados es como pasar de las tinieblas a la luz, de la ceguera a la visión. Por eso hoy nos propone el Evangelio de Juan el episodio de la curación del ciego de nacimiento.

A un simple hombre, como Jesús, no le ven las autoridades judías, con la dignidad y capacidad suficientes para obrar tales maravillas, como la curación de este ciego. Menos aún habiéndola realizado en sábado, el día sagrado de descanso que los fariseos se empeñaban en guardar tan escrupulosamente. Y, menos aún, tratándose de un pobre hombre, que está pidiendo limosna al pie de una de las puertas de la ciudad.

Al pobre ciego, que ahora ya ve, le preguntan todos: los vecinos, los fariseos, los jefes del templo, etc. Hasta el mismo Jesús le pregunta también, cuando se entera que el ciego ha sido expulsado de la sinagoga judía. Y, ante la pregunta de Jesús, el ciego llega a ver plenamente, reconociendo en Jesús al Enviado de Dios, al Señor digno de ser adorado.

La composición literaria del texto es bellísima y muestra con evidencia lo que después acuñó el refrán castellano: “No hay peor ciego que el que no quiere ver”. Muchas cegueras o “puntos ciegos” en nuestros ojos no son simplemente limitaciones nuestras, sino fruto de nuestras decisiones conscientes o inconscientes.

Al final de la narración nos ofrece el evangelio el proceso de conversión de este ciego que, sin conocer plenamente a Jesús, se enfrenta a los fariseos y a las autoridades judías para reivindicar el valor del bien, de la bondad, del amor. El, hasta hace unos momentos ciego, no sabe con exactitud quién le hizo el bien, pero confiesa con valentía que su transformación personal sólo puede ser obra de Dios.

Deberíamos nosotros examinarnos con toda sinceridad.

Las palabras finales de Jesús nos exigen también a nosotros hacer una opción concreta sobre estos puntos:

- Si vemos en Jesús al Hijo de Dios, , enviado para revelarnos la voluntad amorosa y salvadora de Dios.

- Si estamos dispuestos a adorarle, es decir, a seguirle, a vivir conforme a su evangelio.

- Si estamos dispuestos a reconocer en El a quien tiene el poder de revelarnos con su luz el verdadero valor de

las personas y de las cosas; de hacernos pasar de las tinieblas del egoísmo, de la soberbia y de la

corrupción, a ver la luz hermosa del amor de Dios, que Jesús nos manifiesta.

No olvidemos estas palabras hermosas de Gandhi:

“Necesitamos vivir simplemente para que otros puedan simplemente vivir.”