Lucas 18, 35-43 

"Recobra tu vista, tu fe te ha salvado"

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo

 

 

Estamos ya en la cuarta y última etapa del largo viaje de Jesús a Jerusalén. Gradualmente, poco a poco, les va manifestando Jesús a los Apóstoles lo que le espera a él en Jerusalén: su pasión y su resurrección. Los Apóstoles no entienden nada; se quedan "a dos velas", como decimos ahora. Pues bien, a continuación nos trae Lucas dos hechos liberadores: el del ciego de Jericó y el del hombre rico, Zaqueo. Se contraponen estos dos liberados a los Apóstoles, que siguen sin entender nada.

En el camino a Jerusalén, y antes de entrar en Jericó, se encuentra Jesús con un ciego sentado al borde del camino. Ha oído seguramente hablar de las maravillas, que Jesús ha hecho, y le grita llamándole "hijo de David", pidiéndole compasión y misericordia para poder recuperar la vista. Le piden al ciego que no moleste al Maestro con sus gritos, pero él insiste hasta que el mismo Jesús pide que le dejen acercarse a él. Y Jesús, ante la petición del ciego de "querer ver otra vez", le devuelve la vista. Y el ciego, agradecido, sigue a Jesús bendiciendo a Dios.

Es el cuarto y último milagro de Jesús "a lo largo de su viaje a Jerusalén".Ya en su primera presentación en la sinagoga de Nazaret y, recordando a Isaías 61, nos dice Jesús que "El ha venido, ungido por el Espíritu del Señor, para traer la Buena Noticia a los pobres, anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos que pronto van a ver". Y lo va cumpliendo en su misión de cada día.

Por medio de este milagro se nos describe sintética y simbólicamente una conversión concreta. El ciego, sin fe (sin luz), clama y grita pidiendo su curación hasta ser atendido y conseguirlo a pesar de las dificultades que encuentra.

La luz en los ojos, símbolo de la fe, le proporciona una nueva forma de ver y entender el mundo y de entenderse a sí mismo (esto es la fe). Todo ello le lleva al seguimiento de Jesús y bendice y glorifica a Dios. Y será después, ante los demás, un buen testigo de las maravillas de Dios a través de su propia experiencia, de su propia vida y de la vida de los demás. Y continuará la obra de la misericordia de Dios con su propia entrega a los demás. "Gratuita y por amor".

Estamos terminando el Año Litúrgico. Por ello no debemos olvidar:

1° Recuperar a los mártires, que hoy se juegan la vida viviendo su fe entre persecuciones y

violencias. Una Iglesia, que olvida a sus mártires, acaba ignorando su misión en el mundo.

2° Recuperar un estilo de fe comprometida en un mundo, que nos invita a la evasión, la

comodidad y el escapismo.

3° Interpretar la historia como un proceso, en el que la fuerza del Resucitado la ha renovado en medio de contradicciones y dificultades.