Lucas 19, 41-44 

"No reconociste el momento de mi venida"

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo

 

 

Final del viaje/subida de Jesús a Jerusalén. Durante el mismo ha instruido a sus discípulos con tiempo y profundidad para la misión, que les va a encomendar. Sólo San Lucas nos ofrece esta escena y la ubica en la ladera del monte de los Olivos, 
junto a Jerusalén. La vista, desde allí, es espléndida: la silueta del Templo aparece realmente hermosa. Jesús se emociona 
ante tanta belleza... y llora: "rompe" con su palabra en una dura lamentación.

Jesús llora ante Jerusalén: Se nos muestra así un Jesús profundamente humano. Desde luego, no corresponde al cliché típico de una cultura machista, que prohíbe llorar al varón y le exige aparecer siempre fuerte e impasible, incapaz de manifestar los sentimientos, que sugieran debilidad. Jesús no oculta sus sentimientos, ni siente verguenza por llorar amargamente.

Jerusalén, la Ciudad Santa, sigue ciega. Por eso no descubre un camino de paz. Se ha convertido en centro de la explotación económica, social, política y religiosa de todo un pueblo. Así vive, en permanente conflicto, en una guerra fratricida. Y así, cada día está más lejos de la paz.

Por eso, por no seguir la llamada de Jesús, por no reconocer en su venida la ocasión propicia para convertirlo en ocasión 
de paz, Jerusalén, la Ciudad Santa, será destruida y, del Templo, no quedará piedra sobre piedra. Con un realismo bien 
manifiesto se nos describe la destrucción de Jerusalén, que tuvo lugar el año 70 después de Cristo. Lo que significa que este texto del evangelio, que hoy leemos, fue escrito después de la destrucción de la Ciudad y del Templo.

También hoy nos preguntamos si "no llorará" Jesús, con indignación profética, al ver "nuestra ciudad", es decir, nuestro mundo de hoy y hasta nuestra propia Iglesia. Tampoco hoy somos capaces de reconocer, de descubrir lo que verdaderamente puede traernos la paz, ni sabemos discernir el Kairós (el momento de nuestra conversión) de Dios. No se llenan nuestros ojos de lágrimas proféticas como las que derramó Jesús. ¿No tendríamos que llorar hoy al ver nuestra Iglesia/ciudad/templo 

(es decir, la historia de cada uno de nosotros), movidos por las mismas razones, que le hicieron llorar a Jesús sobre Jerusalén?

AVISO A NAVEGANTES: ¿Qué tenemos que hacer?

-Pedir, implorar a Dios el don de la paz, que borre nuestros pecados y nos pacifique.

-Crearemos así ámbitos de paz en la familia, en la comunidad, en el trabajo, en el barrio, etc.

-Aprenderemos de esta manera a resolver los conflictos desde el diálogo y la no violencia.

-Saber "perder seguridad para ganar paz".

-Apuntarnos a la solidaridad por toda causa justa.

-Participar en iniciativas, que sean caminos de paz: marchas, resistencia activa, foros de diálogo, etc.