Lucas 21, 1-4 

"Esa viuda ha echado más que nadie"

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo

 

 

Ya está Jesús en Jerusalén. Enseña al pueblo en el Templo. Pero también observa. Hoy se encuentra frente al arca del Templo viendo cómo los judíos depositaban sus donativos. Además de lugar de culto, el Templo se ha convertido en el Banco Central del país. También estaba el Sanedrín, es decir, el poder político, y la Guardia del Templo. Vaya mezcla, ¿verdad? Todos los poderes juntos están en el Templo.

Entre tanta multitud y, mirándolo todo desde la perspectiva del pobre, Jesús destaca a la viuda pobre, que echaba unos centavos -era todo lo que tenía-. Y, desde esta viuda pobre, cuestiona todo el tinglado del Templo, y echa por tierra los valores que sostenían y legitimaban la institución política, social, económica y religiosa del Templo.

La temperatura de nuestra religiosidad puede medirse por nuestra implicación personal, que se derive de nuestras ofrendas, de nuestras donaciones a Dios, al Templo y a los demás. Más o menos sería así:

-Si nuestra implicación es parcial, relativa, aunque multipliquemos las ofrendas, éstas se quedan en la periferia de nuestra propia vida. Haríamos como aquellos ricos del evangelio (a quienes observa Jesús), que depositaban grandes donativos en el arca de las ofrendas del templo... Daban más que nadie, pero sólo algo de lo que les sobraba.

-Si nuestra implicación compromete a toda la persona, nuestra ofrenda brota, como la de la viuda del Evanhelio, de la voluntad decidida de darse, ofrecerse totalmente a Dios. La viuda "echó todo lo que tenía para vivir".

¿ENSEÑANZAS PARA NUESTRA VIDA?

1° Lo que mide nuestra ofrenda no es la cantidad que se da sino lo que uno se reserva para sí.

2° Importa más el espíritu, con que se da, que la cantidad misma.

3° La verdadera ofrenda está en compartirlo todo.

4° Las ofrendas deben corresponderse con las posesiones.

Para Dios, lo importante es la actitud, Por eso, alaba el espíritu con que da la viuda. Y, al mismo tiempo, condena la actitud con que dan los ricos, que intentan hacer negocio de la misma religión. Y se quedan tan frescos y hasta presumen de ser los grandes benefactores de la humanidad. Con su actitud, la viuda dio más que nadie, porque dio cuanto tenía.

Desgraciadamente, en nosotros no reina la generosidad en el compartir. ¿No habremos olvidado aquel mandamiento de la Iglesia que, en lenguaje no actual decía: "Pagar diezmos y primicias a la Iglesia de Dios?"

Que nuestro examen de conciencia de hoy nos haga rectificar. "Donde haya en mi vida mezquindad, voy a poner generosidad, amor". Esto será lo que perdure en mi vida. Y, seguro, que no quedará sin recompensa.