Mateo 8, 5-11 

"¿Quién soy yo para que entres bajo mi techo?"

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo

 

 

Nos cuenta el evangelio de hoy la curación "a distancia" del criado del Centurión (jefe militar de una centuria romana), 
y que, por tanto, no pertenece a la comunidad judía, con lo que se nos manifiesta claramente la "misión universal de Jesús", que invita a todo ser humano a seguir su camino de salvación.

Pide el centurión romano, que es pagano y "oficial/militar" del ejército romano (opresor, por tanto, del pueblo de Israel) por 
un criado enfermo de parálisis. Y... ¡oh sopresa!, Jesús acepta su petición y decide ir a curarlo. Pero, entonces, el centurión dice a Jesús algo admirable: "Dí una sola palabra y mi criado quedará curado", ya que él no se siente digno de que el Señor entre en su casa. El, como buen "oficial" del ejército romano, dice que da órdenes a sus criados y éstos, de inmediato, las cumplen. Con cuánta más razón -piensa- se cumplirá una orden de Cristo, mandando a la enfermedad que 

se retire de aquel criado... 

Alaba Jesús la fe admirable del centurión. Con una sola palabra y, a distancia, cura al criado y abre las puertas del cielo a todo un mundo pagano.

Esta maravillosa confesión de fe ha llegado hasta nosotros. Y repetimos estas mismas palabras del centurión, cuando nos acercamos -atrevidos- a recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Eucaristía. Si somos después coherentes en la vida, también nosotros quedaremos curados de todo mal.

Iniciábamos ayer el Tiempo del Adviento, que es tiempo propicio:
-para fortalecer nuestra fe incondicional en Jesucristo;
-para prepararnos vigilantes en oración humilde y constante a la venida del Señor, que ya 
está cerca y pidiéndole que nos cure de todas las parálisis del espíritu, que nos acechan;
-para reconocernos indignos de que El venga personalmente a nosotros y se haga comida nuestra;
-para que nos anime, ya sanos, a ponernos al servicio de los hermanos más débiles y pequeños,
como hizo El en su vida. Será este servicio la mejor luz, que ilumine el Pesebre, el mejor regalo,
que le ofrezcamos, cuando nazca y celebremos su cumpleaños.

Tiempo favorable el del Adviento para abrir nuestro corazón al Reinado de Dios en nuestra vida negándonos a participar en estructuras de injusticia y de pecado. Haremos así realidad el sueño de Dios, del que nos habla Isaías: "De las espadas 

forjarán arados, de las lanzas podaderas. No alzará espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra".

Debiera ser también una llamada urgente a nuestra comunidad cristiana a salir al encuentro de una humanidad paralítica en valores, para derribar los murallas de tanto individualismo egoísta y abrirnos a una misión universal evangelizada 

y evangelizadora.