Lucas 10, 26-37 

"¿Quién es mi prójimo?"

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo

 

 

Nos sitúa el evangelio frente a unos hombres y unos hechos concretos, que exigen de nosotros un juicio de valoración y una opción fundamental: el descubrimiento y la decisión por el prójimo.

Es la parábola algo más que una pieza literaria de la antigüedad. Es una constante interpelación a preguntarnos: ¿Quién es mi prójimo? y ¿qué clase de samaritanos somos nosotros?

La postura del samaritano, a lo largo del camino, está en contraste con el comportamiento del sacerdote y del levita. Los profesionales de la religión ven al hombre medio muerto, como lo ve el samaritano. El "ver" es común a los tres; lo que les diferencia es el "actuar": Así:

- El sacerdote, al verlo, "dio un rodeo y pasó de largo". Y lo mismo hizo el levita.

- El samaritano, por el contrario, "al verlo siente compasión" del que se ve abandonado.

Sentir compasión es sufrir junto al otro, compartir la situación del otro, etc. Esto fue lo que hizo el samaritano. Bien diferente a los otros dos, que siguieron de largo sin hacerle caso, sin socorrerle.

El sacerdote y el levita pretenden llegar a Dios "pasando de largo" del prójimo mal herido. La gran ilusión de los dos es llegar a Dios pasando por encima del prójimo. Quieren encontrar a Dios sin tener necesidad de encontrar al hermano. Ocuparse de "las cosas de Dios" sin caer en la cuenta de que lo que interesa a Dios son las "cosas de los hombres", sus hijos. Piensan sólo en su propia alma y permanecen sordos al grito de quienes sufren en las cunetas, en las calles de nuestras ciudades.

Esta parábola nos interpela por nuestra falta de sensibilidad ante la miseria humana, ante el dolor de tantos hombres y mujeres marginados y empobrecidos, fruto de nuestra sociedad capitalista. Dios nos reprocha nuestra falsa actitud cristiana, de la que a veces presumimos, y de nuestra puntualidad en el cumplir las prácticas religiosas "pasando de largo" delante de la humanidad excluida. Nos enseña la parábola que el único camino para llegar a Dios es a través del rostro 
sufriente de nuestro hermano. 

Plantea una opción por defender la vida del ser humano, como un valor absoluto, pues lo absoluto de Dios es la vida del ser humano. 

Por tanto, se deben superar las diferencias étnicas,`patrióticas o de cualquier índole a la hora de aceptar al hombre enfermo y abandonado, como al prójimo que me habla con la misma voz de Dios.

Elimina la parábola el falso dilema de a quién debo y a quién no debo hacer el bien.

El sacerdote y el levita han llegado sin obstáculo hasta el final de su camino, y han faltado al encuentro con el hermano. El samaritano sólo ha dado dos pasos, pero en la dirección exacta, que le conducen al hermano.

El reto, que se nos presenta a los cristianos, es hacer del amor al prójimo el instrumento único eficaz para una liberación plena y pacífica. NO LO OLVIDEMOS.