Lucas 11, 27-28 

"Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen"

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo

 

 

Aclamación solemne de una mujer sencilla: "Dichoso el vientre, que te llevó, y los pechos,que te criaron". Pareciera consistir esta bienaventuranza en la relación física de la madre con el Hijo. Jesús nos dice que los verdaderamente "bienaventurados son los que escuchan la Palabra de Dios y la hacen vida." La voz, el grito de esta mujer representa al "resto de Yahveh", pequeño núcleo del pueblo salvado por Dios.

Somos todos propensos a atribuirnos de inmediato privilegios históricos, como les pasaba a los judíos al considerarse el "pueblo elegido".

Jesús rechaza esta postura y proclama una sociedad nueva y alternativa: "No es la pertenencia a Israel lo que garantiza acceder al Reino. SÍ garantiza acceder al Reino escuchar la Palabra de Dios y llevarla a la vida."

Evitemos, por tanto, interpretar las palabras de Jesús como un desplante desmedido contra su madre. No es así, pues precisamente María es bienaventurada sobre todo por haber escuchado y hecho vida propia la Palabra de Dios más que por haber sido la "madre física" de Jesús, llevándole en su vientre y alimentándole con sus pechos.

También nosotros corremos ese peligro de creernos bienaventurados por recibir los sacramentos o por no faltar los domingos a Misa o por rezar el Rosario todos los días o las tres Avemarías todas las noches al acostarnos o llevar colgado de nuestro pecho el escapulario de la Virgen del Carmen o comulgar los Nueve Primeros Viernes de mes, o los Siete Primeros Sábados, etc. Esto sólo no cuenta para Jesús, si después no somos coherentes en la vida con su propuesta del Reino.

El Reino no se mide por actos de piedad ni siquiera de caridad (entendida sólo como limosna).

Se mide por la justicia, que practicamos y por la responsabilidad con que asumimos nuestra existencia. Así seremos dichosos, como María, que escuchó SÍ la palabra de Dios, la meditó en su corazón y la hizo vida. Por eso, la bendecimos y la alabamos filialmente y la admiramos cómo ella es la primera "evangelizada y evangelizadora" al saber pasar de la relación de madre-hijo a la otra de discípula-Maestro.

Nos viene bien el texto de hoy para que no ubiquemos a María en la esfera de la Divinidad, de la Trinidad. Debemos verla acá, de nuestro lado. Ella es criatura, no Dios, pero es también la primera creyente, la primera discípula, la primera criatura, el miembro más noble del Pueblo de Dios. Así María entra de lleno por partida doble en esta nueva familia: Es Madre de Jesús y es madre de la nueva comunidad de creyentes, empeñados en realizar la utopía de hacer realidad la fraternidad humana.