Lucas 13, 31-35 

"No cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén"

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo

 

 

A primera vista nos parece un tanto irreverente, por parte de Jesús, llamar "zorro" al Rey Herodes. Se
ve amenazado Jesús, pero no huye. Dice -previendo su muerte- que un profeta no debe morir fuera de
Jerusalén.


Hace primar la libertad y autonomía personal frente a una autoridad, que esclaviza. En nuestra vida y por
desgracia, nos han presentado la obediencia ciega y la sumisión pasiva como las grandes y únicas
virtudes cristianas.


Voces de fuera de la Iglesia, como la Ilustración y la Modernidad, nos han abierto los ojos al
descubrirnos la conciencia de la dignidad y la igualdad de todos los seres humanos. Simplemente
seres humanos, sometidos a la oscuridad y, por ello, con riesgo de equivocarnos.
Podemos y debemos rebelarnos y no obedecer a la autoridad, cuando nuestra conciencia nos
manifieste que no actúa correctamente. No se da entonces irreverencia ni rebeldía, sino más bien
rectitud de conciencia y coherencia ética en la práctica.


Karl Rahner, uno de los más ponderados teólogos del siglo XX, poco antes de su muerte, se lamentaba
y arrepentía de no haber sido más valiente frente a la autoridad eclesiástica.


Como miembros del pueblo de Dios tenemos todos una común dignidad, que debemos asumir con
responsabilidad personal, ya que, al final, tendremos que rendir cuantas a Dios. Y lo más importante
es poder decirle que hemos intentado obrar con coherencia.


El poder tiene muchas armas y puede aparecer bien subido en el carro del triunfo. Pero no
olvidemos que el único triunfo auténtico se llama "fidelidad al amor y a la verdad".


Jesús volverá a Jerusalén, no para orar en el templo, sino para morir en la cruz. Con su muerte se hará
trizas el velo del Templo, para que comprenda el pueblo que Dios no habita sólo allí ni acepta la
maldad (muerte). Es el Sumo Bien y se llega hasta El con la bondad del corazón limpio.