Juan 6, 51-58

"Mi carne es verdadera comida, mi sangre verdadera bebida" 

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo

 

 

Las palabras de Jesús de este evangelio de Juan pertenecen al largo "discurso del pan de vida",
pronunciado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaún, ante la gente que lo buscaba y seguía, después
de haber participado llena de admiración en el milagro de la multiplicación de los panes.Jesús les
reprocha seguir pensando sólo en el pan, que calma el hambre corporal, y se les revela (también 
a nosotros hoy) como el pan vivo bajado del cielo, que nos dará la vida eterna.


Los seres humanos hemos anhelado siempre un alimento de esa índole: que calme para siempre 
el hambre de verdad, justicia, amor y belleza que hay en nosotros. Un alimento, que nos dé vida
eterna, como la de Dios. Un pan de inmortalidad. Es el misterio, que conmemoramos y adoramos 
en esta Celebración..


Pero la Eucaristía cristiana es también un alimento de solidaridad. ¿Cómo podemos decir que
participamos en la mesa de Jesucristo, si a nuestro lado hay tantos hermanos nuestros, que pasan
hambre? Los santos y los mejores cristianos de todos los tiempos se han sentido impulsados a 
remediar las necesidades de los pobres y de los pequeños que los rodean, precisamente al
participar del banquete de la Eucaristía. Si Dios nos sirve tan espléndidamente la mesa, ¿cómo no
servírsela nosotros a nuestros hermanos, para que sientan que ellos son también hijos de Dios?


Las profundas y múltiples insatisfacciones del ser humano, el cansancio de la vida, el sin sentido, 
los anhelos del corazón... encuentran en este Pan de vida un remedio saludable. La terrible soledad 
se transforma en habitación de comunión de vida. El creyente ya no vive para sí, es un consagrado, 
es un poseído por la presencia transformadora de Dios, en Jesucristo, que le eterniza y da pleno sentido
a su existencia. Un dato interesante de este evangelio es la relación, que hace de esta comida (única 
y sin precedentes), con el sacrificio de Jesús: se trata de comer su cuerpo y beber su sangre. Al 
comulgar el cuerpo y la sangre de Cristo, el creyente no sólo recibe, se identifica, se une..., sino que
es capacitado para dar, ofrecer, entregar una vida digna... a semejanza de aquel a quien comulga,
es decir, Cristo.


Casaldáliga cantaba así a la Eucaristía:


"Unidos en el pan los muchos granos, / iremos aprendiendo a ser la unida
Ciudad de Dios, Ciudad de los humanos. / Comiéndote sabremos ser comida.
El vino de sus venas nos provoca. / El pan, que ellos no tienen, nos convoca
a ser Contigo el pan de cada día.
Llamados por la luz de Tu memoria, / marchamos hacia el Reino haciendo Historia,
fraterna y subversiva Eucaristía."