Marcos 7, 24-30 

La fe humilde de la cananea

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo

 

 

Lleva Jesús una vida demasiado ajetreada. Y quiere pasar desapercibido, pues necesita descansar un tiempo. Para ello se retira al norte de Palestina.


Se entera una mujer pagana (griega), que está atormentada por un espíritu inmundo, a los que se culpaba de la enfermedad. Busca a Jesús y se echaa sus pies. ¡Menuda sorpresa se llevaría el Señor ante la fe de la mujer griega! No acepta Jesús, en principio, la petición de la mujer. "Primero, le dice, deben ser evangelizados los hijos", es decir, el pueblo de Israel, y no duda Jesús de usar el tratamiento que los judíos daban a los paganos llamándolos perros (animales impuros para ellos). La mujer dulcifica la palabra "perro" -con connotaciones tan negativas para los judíos- y habla del perrito, del cachorro.


La respuesta de la mujer permite a Jesús abandonar la exclusividad asumida por Israel como único pueblo elegido por Dios, da una paso hacia adelante y declara: la salvación es ya una propuesta universal de Dios. Todos debemos ser solidarios de todos sin distinción de raza, religión o pueblo. Así proclama Jesús: la solidaridad de los pobres (los niños dan pan a los cachorros) es capaz de vencer toda alienación, todo complejo de inferioridad. El amor gratuito de Dios, el proyecto del Reino universal de Jesús supera y elimina cualquier limitación. La verdad, agrega, es un bien a disposición de todos y tiene una fuerza liberadora dondequiera se encuentre.


Cuántas veces lo hemos olvidado y hemos hecho de nuestra fe un privilegio único y excluyente y hemos procurado eliminar a cualquier disidente. ¿Hasta cuando se minusvalorará en nuestra Iglesia a la mujer, considerándola inferior al varón y supeditada a él?


¿Cuál debiera ser nuestro aporte para borrar de una vez este error histórico antifeminsta?