Juan 15, 9-11 

"Permaneced en mi amor"

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo

 

 

Destacamos de estos tres versículos, que componen el evangelio de hoy, dos realidades: el amor 
y la alegría. 
1) El amor: -es Dios Padre, que ama a Jesucristo;
-es Jesucristo, que nos ama a nosotros y está dispuesto a entregar la vida para salvarnos;
-y somos nosotros, los invitados a permanecer en el amor de Cristo.
Este amor de Dios es eterno, irrevocable e inextinguible.
Es posible, y muchas veces real, que nosotros dejemos de amar por seguir, adorar otros ídolos:
el poder, la fuerza, el oro, que llegan hasta asfixiarnos la vida. Pero Dios no deja de amarnos jamás.
2) Este amor es causa de alegría, fundamento de felicidad. Y Cristo quiere que esta alegría llegue
a todo ser humano en plenitud. Por tanto, ojalá quede aquí en adelante nadie pueda acusarnos a
los cristianos de vivir una fe triste y pesimista. Que no tenga razón Nietzsche cuando decía que no
se nos veía una cara de ser felices. Y recordemos lo que muchas veces hemos escuchado:
"Un santo triste es un triste santo".
El que en la vida se muestra, realmente, como seguidor de Jesús, tiene que rebosar de alegría,
tiene que ser completamente feliz incluso en las dificultades y persecuciones. Porque la experiencia
del amor de Dios y de su Hijo Jesucristo debe ser en nosotros fuente de felicidad para compartir
con los demás, especialmente: -con los que se sienten solos, fracasados, abandonados;
-con los enfermos y desahuciados;
-con los que son rechazados por la sociedad,
-con los encarcelados y los pobres,
-con los niños y mayores, tantas veces aparcados.
No hay mayor felicidad que hacer felices a los demás. Y esto no puede lograrse sin tener cada uno
de nosotros la felicidad interior, por dentro. Santa Teresa de Jesús solía repetir:
"Tristeza y melancolía, lejos de la casa mía."