Juan 15, 18-21 

"No es el siervo más que su amo"

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo

 

 

La comunidad cristiana de Juan, el Discípulo Amado, lo pasa mal: sufre la gran persecución,
promovida por los Emperadores Romanos Nerón y Domiciano. Y como comunidad apostólica:
-intenta erigirse como ejemplo en medio de la persecución. Para recuperar fuerzas:
-recurre al recuerdo del Maestro Jesús para encontrar alivio y fuerza, con los que poder resistir.
Como respuesta a aquella angustia atroz nace este texto de Juan, que les servirá de testimonio
y de lección teológica para futuras generaciones.
El desprecio, que los poderosos de su tiempo y sus paisanos sintieron por Jesús, hasta llevarle
a la muerte de cruz, llegará a extremos imprevistos. Sus seguidores correrán un tiempo después 
la misma surte. Y así fue cosechando gran cantidad de mártires por confesar su fe cristiana.
Jesús ya se lo había profetizado: "que les pasaría a cuantos abrieran sus brazos a los demás
para servirles". Es así como daban muerte al egoísmo y al ser violento, que todos llevamos dentro.
Se iba dando, desde luego, entre Jesús y sus discípulos, una maravillosa empatía, armonía sin
aristas, amor repleto de fervor. Y lo aceptan como amigo, compañero, hermano hasta llegar
a la identificación plena con El.
Por eso reciben de buen grado de El: sus correcciones, regaños, misiones que les encomienda,
cuanto tengan que cumplir y todo lo que el Maestro les diga.
Y todo esto, siempre llevados por el amor, que profesan a Jesús.
Está claro: el amor del mundo es signo de ser del mundo; el odio del mundo es signo de ser del
Señor. Se da, entonces, odio a los que permanecen unidos a Jesús y sus frutos son: derecho,
justicia y amor.
El testimonio de amor de tantos mártires, como el Padre Poveda canonizado el pasado día
4 de mayo en Madrid por el Papa Juan Pablo II, nos revela dónde está el odio del mundo y dónde
los que permanecen con Jesús. Recordemos con frecuencia lo que El nos dijo: "el árbol
se reconoce por sus frutos".