Lucas 13, 18-21 

"El Reino: grano de mostaza y levadura"

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo

 

 

A veces pensamos: "Y el Reino de Dios, ¿en qué consiste?" ¿Palpamos su realidad, sus resultados,
como los vemos en una Campaña de vacunación contra la gripe, contra los resfriados, ahora que se va
acercando el invierno? A estas preguntas, Jesús nos contesta con comparaciones sacadas de la 
vida del pueblo sencillo y rural, que nos seducen por su belleza y, al mismo tiempo, nos interpelan, 
nos provocan y nos hacen reaccionar en positivo.

Es verdad que la historia universal no nos conduce al optimismo, sino más bien al desaliento,
al ver cómo los poderosos, en todos los órdenes y sentidos, dominan al mundo y lo tiranizan,
haciendo del Tercer y Cuarto Mundo pobre un mercado de esclavos al servicio del Primer Mundo, rico 
y prepotente que, además, se dice "cristiano".

Las dos parábolas del "grano de mostaza" y de la "levadura", parábolas del crecimiento, nos 
llaman a la perseverancia y nos exigen sumarnos a una causa justa, la del Reinado de Dios, que 
defiende al pobre y al oprimido y que quiere que todo ser humano pueda ser feliz "aquí y ahora".

Es verdad que esta causa, al principio, en su germen, se presenta pequeña y débil, como el 
grano de mostaza y la minúscula porción de levadura. La semilla insignificante se convierte en 
árbol, al que acuden las aves del cielo, y la levadura fermenta la masa entera (sólo necesita 
estar dentro de ella), y se transforma en rico pan, que nos sirve de alimento cada día.

Harvey Cox decía: "Es posible que los débiles del presente sorprendan a los poderosos, 
igual que los insignificantes mamíferos de la era terciaria acabaron imponiéndose a los 
grandes reptiles".

El Concilio Vaticano II nos hizo descubrir abundantes semillas, como gérmenes de vida: la 
lectura de la Biblia por parte del pueblo, la creación y el florecimiento de pequeñas comunidades, 
el descubrimiento de la Eucaristía como memorial del Señor Jesús, la incorporación a la Iglesia de 
un mundo de alejados y oprimidos, la mayoría de edad de los laicos, el reconocimiento de la 
igualdad de la mujer, etc. Así, todos los pueblos de la tierra pueden encontrar abrigo y refugio, 
como un nido, en ese árbol de Dios, en el que tienen sitito todos los seres humanos.

A nosotros nos corresponde hacer crecer el Reinado de Dios con nuestra palabra y con 
nuestro testimonio-compromiso de cada día.