Lucas 7, 1-10 

"Señor, no soy digno de que entres en mi casa"

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo

 

 

El espíritu de este centurión (del ejército romano invasor) se había ganado el afecto de los judíos. 
Demuestra que quiere al pueblo y, entre otros gestos, le ayuda económicamente en la construcción de la 
sinagoga. Y ellos lo habían aceptado. Debía ser un hombre bueno. De talante abierto favorece a los demás.
aunque no profese sus mismas creencias, y mantiene buenas relaciones con sus empleados.
Conocía los prejuicios de los judíos para que ellos, paganos, pudieran acercarse a un judío, como 
Jesús. Aun así, porque conoce bien a Jesús, no cree necesario que tenga que llegar físicamente Jesús 
a su casa para que el siervo sea curado. Para Jesús basta con la fe del centurión en el mismo Jesús.
¿Tendrá Jesús el mismo orgullo que los judíos y rechazará al centurión? ¿O responderá a su petición? El
centurión no se atreve a acercarse a Jesús personal y directamente. Por eso, dio estos pasos:
1° Le envía a sus amigos judíos. Y espera inquieto. ¿Aceptaría Jesús ir a la casa de un pagano, quedando
así manchado?
2° Se acerca él mismo. Y pide a Jesús que no baje a su casa. Los enfermos, curados por Jesús, creían
que habían sido curados por el contacto físico con Jesús, del que saldría su poder curativo.
3° El centurión ha comprendido -por la fe que tiene en él- que Jesús tiene el poder curativo de Dios y no
necesita de contacto alguno.
4° Cree que con sólo una palabra de Jesús el criado quedaría curado, sanaría. Y así fue.
Nuestra fe no es tan grande como la de este centurión, aunque repetimos sus palabras siempre que nos
acercamos a recibir la Eucaristía. Sin embargo, en cantidad de ocasiones dudamos que Su Palabra pueda
curar nuestras dolencias. No es curandero, decimos. Para nosotros, Jesús debe ser nuestro Liberador. 
¿Será capaz de curarnos desde dentro, desde el corazón, donde se anida el egoísmo, que nos lleva a
ganarnos influencias para apoderarnos de él y ponerlo a nuestro servicio?
Jesús no encontró entre los judíos una fe semejante a la de este centurión. Ellos confiaban más bien en el
sistema, en la letra de la Ley.
Basta creer, como el centurión romano, en el poder de Su Palabra y, después ser coherentes en la vida.
Y repetimos: "Señor, no soy digno de que entres en mi casa. Dí una sola palabra y quedaré sano."