Mateo 15, 21-28 

"¡Ten compasión de mí, Señor!"

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo

 

 

"¡Qué grande es tu fe, mujer! Que se cumpla lo que deseas."
La actuación histórica de Jesús se desarrolla en un ambiente marcado por el racismo y el odio al 
extranjero. Como vemos, la historia se repite entre nosotros, los privilegiados de Europa. En los
primeros años del cristianismo, en el seno de la comunidad cristiana se suscitaron reacciones, que
ponían en peligro la universalidad del mensaje. El "problema de las mesas", es decir, la participación
en la misma comida de judíos y gentiles, se convirtió en el principal punto de fricción dentro de la Iglesia. 
Nos extrañan un poco las palabras, que Mateo pone en boca de Jesús, ante la petición que le hace la
mujer cananea, afirmando que ha sido enviado sólo a las ovejas descarriadas de Israel. Ante la fe
admirable de la cananea parece cambiar de opinión y atiende su petición. Y es curada. 
- Jesús pasa la frontera judía y pisa tierra pagana.
- La mujer fenicia (cananea) y pagana grita, invoca a Jesús, llamándole Señor.
- Ante el silencio de Jesús, interesadamente (para que no le molesten con los gritos), los discípulos
piden a Jesús que atienda a la mujer.
- Jesús se limita a recordar su camino de salvación, ligado a un pueblo y a un territorio, antes de 
convertirse en llamada universal.
- La insistencia machacona de la mujer produce el cambio en Jesús. La mujer acepta incluso ser
catalogada en la categoría de "perro", es decir, pagana. Y también desde ahí pide que le llegue la
salvación a su hija.
- Jesús, por la fe de la cananea, se abre a la comunión con todos superando razas y fronteras. 
Y la hija queda curada. Y nos la propone el mismo Jesús como modelo de fe para cuantos nos 
decimos creyentes.
- De la capacidad de acogida de cada uno de nosotros depende nuestro ingreso en el Reino de los 
Cielos Recordemos que, gracias a la fe, los considerados como "perros", de inferior categoría, los 
paganos, pueden sentarse a la mesa del Señor.
- Buen momento para examinar nuestra relación, nuestro trato, nuestra consideración y actitud en este 
tiempo con los emigrantes. Y nos preguntamos: ¿Puede haber un solo ser humano que sea extranjero
para nosotros? Si realmente nos sintiéramos convertidos, tendríamos que recibirles con los brazos 
abiertos y diciéndoles: "Sed bienvenidos, hermanos. Aquí está nuestra mesa y nuestro pan y
nuestra casa para compartirlo con vosotros."