Mateo 12, 1-8 

"Quiero misericordia y no sacrificio"

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo

 

 

Aprovecha Jesús su enfrentamiento con los fariseos para una reflexión que iba a preocupar muy 
mucho a las primeras comunidades cristianas: relación entre las normas religiosas (de culto) 
y la vida.
Alrededor del sábado se daban infinidad de normas reguladoras para asegurar el cumplimiento de 
esta institución sabática. Escribas y fariseos llegaron a distinguir TREINTA Y NUEVE (39) clases 
de trabajos para poder aclarar el significado de la Ley. En el caso, que se nos presenta hoy, de
arrancar las espigas por parte de los discípulos en sábado, para los escribas y fariseos
habían quebrantado la Ley del Sábado 4 veces:
1) Arrancar las espigas equivalía a "cosechar" (lo que estaba prohibido).
2) Frotar las espigas con las ramas equivalía a "trillar" (también prohibido).
3) Tirar la cáscara equivalía a "aventar" (prohibido igualmente).
4) Preparar las espigas para comerlas equivalía a "preparar una comida" (prohibido).
Para responder a esta condena de sus enemigos, les recuerda Jesús cómo David (aun
transgrediendo la Ley) ante un hambre que no perdona, comieron él y los suyos los panes de la
ofrenda, que estaban reservados sólo para los sacerdotes. David era el rey santo para los 
judíos. Y Dios no les envió ningún castigo por ello Calmaron el hambre y pudieron seguir adelante.
Lo primero, dice Jesús, es el ser humano, la persona, y hay que responder a sus necesidades
remediándolas. Por encima del culto y de la Ley, ya que ni los lugares ni las cosas se pueden
colocar por encima de la vida; su razón de existir está en función de servir y mejorar la vida y no de
disminuirla u oprimirla. 
Nada, por tanto, debe ser absolutizado. Lo que se absolutiza produce muerte. Y nadie se hace más
bueno o más malo sólo por cumplir las prescripciones religiosas.
Por todo ello, la actitud de Jesús con la gente sencilla es de misericordia, superior a todos los
conflictos, El culto a Dios sólo puede brotar de la misericordia y del sentimiento de ayuda al otro.
Sólo así llegaremos a ser libres y señores sobre el Culto y la Ley, pues la medida del cristiano es su
capacidad de misericordia y justicia con los demás. Por consiguiente, el culto a Dios (la 
auténtica liturgia cristiana, que es la Eucaristía) se ratifica en la solidaridad, es decir, en el amor y
en la entrega a los demás.