Juan 10, 22-30 

"Mis ovejas escuchan mi voz y me siguen"

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo

 

 

A través de toda su vida Jesús no demuestra su divinidad con palabras sino con obras, no
dicta principios sino que da testimonio. De ahí que su vida de entrega y de servicio permanente
nos hablen claramente de su divinidad. Sus acciones estaban siempre dirigidas a:
- liberar a los seres humanos;
- quitarles cadenas ideológicas y opresiones;
- dando así ejemplo de justicia, fraternidad y amor incondicional;
- a través de sus obras nos manifiesta la predilección de Dios por pobres, afligidos, etc.
Repetía así Jesús hasta la saciedad que las leyes están siempre al servicio del hombre y no 
deben ser utilizadas nunca para esclavizarle.
Para ver todo esto sólo se necesitaba abrir los ojos; pues quien cierre los ojos y el corazón
al mensaje de Jesús, nunca entenderá lo que significa ser hijos de Dios.
Jesús SÍ se sentía Hijo de Dios, porque su vida entera era un testimonio permanente de la 
presencia del Padre Dios.
Siempre hacia El lo que Dios haría. Por eso, El y Dios eran uno.
¿Qué nos dice a nosotros todo esto?
- Es como una invitación permanente a toda la Humanidad a ser una sola familia con Dios y 
en El.
- Se nos muestra Jesús como medida de justicia. Si le seguimos, no nos descarriamos.
- Si Jesús acercó a la Humanidad a Dios con sus obras, sabemos que el mismo camino 
tenemos que seguir nosotros, si entre todos pretendemos formar el Pueblo de Dios.
- Para ello, tenemos que estimular en nosotros la actitud de Jesús: abierta, universal, 
superadora de barreras y dialogante. 
La declaración final de Jesús, "Yo y el Padre somos uno", es también la respuesta final a los
dirigentes judíos, esto es. Quien se opone a Jesús, se opone al Padre. 
ASI REZAMOS HOY:
- Tú, que eres Amor, invádeme.
- Tú, que eres Santo, santifícame.
- Tú, que eres Fuente viva, sáciame.
- Tú, que eres Presencia, envuélveme.
- Tú, que eres Plenitud, lléname, rebósame de ti y muéstrame Tu rostro.
HAZME CAPACIDAD, HAZME SILENCIO, HAZME TU.
Pedimos la ayuda de María, invocándola así:
"Virgen Maria Madre, dormir quiero en tus brazos hasta que en Dios despierte."