Juan 11, 1-45

 “Yo soy la resurrección y la vida”

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo

 

 

a esperanza tímida de una vida más allá de la muerte, de resucitar, que aparece en los últimos libros del Antiguo Testament (Sabiduría y Macabeos) surge hoy en el contexto de la pregunta por la retribución y el ejercicio de la justicia divina:”¿Cuándo premiará Dios al justo o castigará al impío, si la muerte se los ha llevado? ¿Cuándo realizará Dios plenamente las promesas a favor del pueblo elegido?”

Algunas corrientes del judaísmo en tiempos de Jesús, como el fariseísmo, “creían firmemente en la resurrección de los muertos” como acontecimiento de los últimos tiempos, que haría brillar la insobornable justicia de Dios sobre justos y pecadores. A los saduceos, en cambio, les bastaba esta vida de privilegios para los de su casta y decían que la justicia divina se plasmaba en el “status quo”, que ellos defendían: el mundo estaba bien como estaba, en manos de los dominadores romanos, que respetaban su poder religioso y sacerdotal sobre el pueblo.

El pasaje evangélico, que hoy leemos en Juan, la resurrección de Lázaro, lleva a su plenitud las dos lecturas anteriores de este domingo. Se trata del 7°, el último y el más espectacular de los signos, las obras, que hace Jesús según este evangelio. El que ha dado luz a los ojos del ciego y ha hecho caminar al paralítico, podrá también dar la vida a los muertos, y más aún cuando se trata de un amigo querido, Lázaro. Quien hace estas obras, merece plenamente nuestra adhesión y nuestra fe, porque debe haber sido enviado por Dios. Antes de enfrentarse a su propia muerte, Jesús se manifiesta como Señor de la vida, declara solemnemente en público que “El es la resurrección y la vida”, que los muertos por la fe en El no morirán para siempre.

En este relato de la resurrección de Lázaro rodea a Jesús todo un coro de personajes: desde los discípulos, que no entienden por qué es necesario ir tan lejos a despertar a alguien que se ha dormido; pasando por Tomás que exhorta a sus compañeros a acompañar a Jesús para morir con El; así como a las dos hermanas de Lázaro, amigas de Jesús en una época en la que no existía la amistad personal entre hombres y mujeres. Están, además, los judíos –tal como dice San Juan-, que piadosamente acompañan a las hermanas dolientes, que se admiran de ver a Jesús llorando por su amigo Lázaro y que creen, o no creen, cuando Jesús lo llama de la muerte.

En vísperas de la Semana Santa la Iglesia quiere que contemplemos a Jesús, “el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que veir al mundo”. Por El, Dios comenzará a realizar las promesas cuando levante a Jesús de entre los muertos y le transmita su poder y su gloria. El resucitará verdadera y definitivamente, no como a Lázaro que sólo “revivió” (volvió a esta vida), para que se manifestara la gloria de Jesús. Por El podremos estar ciertos de que el reino de Dios viene, de que su voluntad es la salvación de todos los seres humanos. “En El brilla la esperanza de nuestra feliz resurrección.”