Marcos 10, 32-45 

"El Hijo del hombre ha venido para servir" 

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo

 

 

El Evangelio de hoy se enmarca en el camino a Jerusalén. Se trata no tanto de un camino geográfico 
sino simbólico. Sabemos por la historia que la Iglesia siempre ha sentido la tentación de asemejarse
a la sociedad civil (estilos, estructuras, criterios, formas): era en el principio la idea del "Reino", que
tenían los discípulos de Jesús. Una idea, que chocó violentamente con el escándalo de la cruz.
Ahora los dos hijos del Zebedeo se adelantan, no para apuntarse a la misión, sino para asegurar los
cargos de mayor prestigio. Los otros diez discípulos reaccionan airados. Se enfuerecen contra la 
audacia y el desafío, que implicaban las ambiciones de Juan y de Santiago; pero no porque fueran muy
humildes o comprendieran los propósitos de Jesús. Se enojaban, porque ellos también codiciaban los
cargos, que estos dos astutos hermanos ya se estaban asegurando. 
Jesús no reacciona en forma negativa contra la actitud de los diez. Aprovecha esta pugna entre ellos
para mostrarles el juego de los poderosos. La pretensión por ponerse encima de los demás para
dominarlos y oprimirlos es una compulsión de los seres humanos, que gozan sometiendo a los demás
a sus caprichos. Así, la interminable estrategia de los sádicos y déspotas sobre los sometidos y
amedrentados se perpetúa sin que la gente tome conciencia de ella.
Era necesaria la crisis para que surgiera una nueva conciencia de identidad. Después de la crisis (la 
muerte de Jesús) y a la luz de la Pascua, comenzará a hablarse de una comunidad fraterna, con un solo
corazón y una sola alma, en la que nadie pasaba necesidad y todo lo ponían en común. Comunidad
unánime en la predicación de los apóstoles, en la fracción del pan, en la oración...
Tendríamos que plantearnos hoy: ¿Será necesario pasar por la crisis para lograr entender la 
propuesta de Jesús? ¿A qué aspiramos nosotros como servidores del Reino?