Marcos 11, 11-26 

"Mi casa se llamará casa de oración"

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo

 

 

Vemos hoy a Jesús maldiciendo a una higuera estéril, que no da fruto a tiempo. La higuera es uno de los 
signos proféticos, que ponen en evidencia la incapacidad del pueblo y, en especial, de los gobernantes,
para transformar las situaciones de injusticia que son contrarias a la voluntad de Dios. Es también la higuera
símbolo del pueblo, que se entrega a los juegos de la idolatría por falta de una fe seria y profunda. La 
idolatría del dinero, del poder y de la injusticia, que reinaban en todo el país, tenían su máxima expresión
en el Templo de Jerusalén. El lugar, que había sido destinado para ser un espacio de encuentro de
todas las naciones, se convierte en el símbolo del sectarismo, donde no pueden entrar los extranjeros ni
los marginados por el sistema religioso.
El edicificio, consagrado a la oración, se había convertido en una casa de cambio, donde se compraba
barato y se vendía caro. No en vano se consideraba al Templo de Jerusalén como el Tesoro Nacional. La
falta de compromiso con la justicia divina mueve a Jesús a considerar las instituciones religiosas de su 
tiempo (Templo/sinagogas) como higueras estériles, condenadas a secarse de raíz. Un asunto tan de fondo
no puede quedar fuera de nuestros exámenes de conciencia, personales y comunitarios.
La esterilidad puede tener raíces muy profundas: es pecado, falta de fe, muerte, negación del proyecto de
Dios, etc. La purificación del Templo pone de manifiesto la corrupción del mismo...: de casa de oración la
convirtieron en una cueva de ladrones. Cuando el templo (=la oración, el culto) se desvincula de la vida...
está vacío. 
La higuera no tenía frutos. Por eso es juzgada. "Esterilidad" y "fruto" son los extremos de la imagen 
evangélica. ¿En cuál de estos dos nos encontramos?