Juan 1, 6-8. 19-28 

"En medio de vosotros hay uno que no conocéis"

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo

 

 

El evangelio, tomado de Juan, nos presenta la figura de Juan Bautista, el precursor del Señor, y su 
testimonio solemne ante una especie de comisión oficial, enviada a Juan, por los jefes del pueblo judío. 
Juan no pretende ser el Mesías esperado, el descendiente del Rey David que, según todas las expectativas 
del pueblo judío debía venir en los últimos tiempos para restaurar la dignidad del pueblo elegido. Tampoco
pretende Juan ser Elías, el profeta del siglo VIII, que luchó para mantener fiel a Israel a la religión de sus 
antepasados, la religión de Moisés.


Los judíos esperaban que volviera al final de los tiempos, como signo de la proximidad del Mesías. Ni 
siquiera pretende Juan ser el profeta esperado por otras corrientes del judaísmo, un profeta que legitimaría
las pretensiones del Mesías y que aparece anunciado en algunos pasajes del Pentateuco. Entonces, ¿quién
pretende ser Juan Bautista, con su predicación de penitencia y su anuncio del juicio inminente de Dios, y 
con su bautismo para el perdón de los pecados? Eso le preguntaron los enviados de los jefes judíos
-sacerdotes y levitas-.


La respuesta de Juan es admirable. Ninguna pretensión rutinaria, ninguna búsqueda de legitimación en 
las antiguas figuras proféticas. Con soberana independencia se declara que él es simplemente "la voz, que
grita en el desierto," exigiendo que se preparen los caminos del Señor, que está al llegar.


La humildad y entereza de Juan Bautista nos impresionan, lo mismo que la seriedad de su llamada.
Ante Dios no podemos pretender ser alguien, no podemos exhibir títulos, ni reclamar prebendas. Ante el 
Dios, que ya viene, sólo cabe declararse humilde servidor, humilde mensajero. Y serlo de verdad, como 
Juan Bautista, hasta las últimas consecuencias, hasta la muerte, si es preciso.


Juan Bautista va más allá. Ante las insistentes preguntas de los fariseos, señala al enviado misterioso de
Dios, ya presente entre los seres humanos, entre el mismo corro de gentes del pueblo judío, que toman 
parte en la entrevista.


Tal vez Jesús estaba allí y escuchaba todo lo que se decía. Porque Jesús puede estar entre nosotros como 
un desconocido. Porque este Jesús se hace presente (está) entre los pobres y humildes del mundo, en los 
rostros de hombres y mujeres hambrientos y perseguidos, ignorantes y enfermos, parados y emigrantes, etc.
Entre ellos, y como uno de ellos, está el Señor. Y nosotros, como Juan, no somos dignos de desatarle las
correas de sus sandalias. Este Mesías espera de nosotros que le ofrezcamos el mensaje de nuestra 
solidaridad y servicio para con los pequeños. Y esto será para Cristo más grato que todos los sacrificios 
y ofrendas, cultos y oraciones, que podamos hacer en su honor.


Y es que "Dios penetra en el alma orante sin hacer ruido". Reconocemos con humildad:
"Yo no sabía / dónde encontrar a Dios y lo he encontrado, / porque vive con ellos, como ellos.
Al repartir sonrisas y acogida, / van repartiendo al Dios, que llevan dentro".