Juan 21, 1-14 

"¡Es el Señor!"

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo

 

 

No se encuentran ya los discípulos en Jerusalén. Llenos de miedo, han huido de la represión que se les venía encima. Se les aparece Jesús para convencerles que su proyecto sigue vigente y es de vital importancia para todos. Esta tercera aparición de Jesús es la primera experiencia que se da en Galilea, cuando los primeros discípulos reciben la llamada de Jesús y se comienza a formar el primer Grupo de Discípulos. En ese entonces, como ahora, Jesús convoca a la comunidad y la alimenta para proseguir su tarea.
Al principio, parece que su recuerdo ha desaparecido entre ellos. 
Después, cuando le descubren, se sorprenden gratamente. 
Así, por tercera vez, después de resucitado, se aparece el Señor a los Apóstoles. En esta ocasión, junto al Lago de
Tiberíades. Todo el relato, de por sí delicioso, está lleno de la presencia de Jesús Resucitado, que se aparece "a la luz del
amanecer", en la orilla desierta del Lago. De inmediato, Juan, el Discípulo Amado, descubre a Cristo Resucitado en este
desconocido.
Seguramente se trata del mismo relato de la pesca milagrosa, que Lucas lo ubica como episodio prepascual (Lucas 5, 1-11) y teniendo, como fondo, la vocación de los primeros discípulos. En Juan aparece como milagro prepascual, aunque también dentro de un contexto vocacional: los Apóstoles en la barca, la pesca abundante (153 peces grandes, como señal de plenitud), son todos ellos símbolos tradicionales de la tarea evangelizadora de la Iglesia. El pez se había convertido en el símbolo del cristianismo a finales del siglo primero. La cruz aún no había ganado su puesto como símbolo de redención.
Cuando los Apóstoles descubren en el desconocido de la playa al Maestro Resucitado, encuentran preparada la comida:
el fuego, el pan, el pescado asado. El mismo Jesús (para que no les quepa duda alguna) ha hecho de cocinero. Y repite 
Jesús de nuevo los gestos de la Eucaristía: partir el pan y compartirlo. Es así como la Iglesia se sigue reuniendo en torno
al Señor Resucitado, en torno a la Eucaristía, para ser enviados a pescar a los mares del mundo. Es la misión, que Jesús
les encomienda.
Para renacer, la Iglesia/Comunidad cristiana ha de ser animada por Jesús y su Espíritu. Será así obra del mismo Dios, que
nos saca de la vida cotidiana (con la que sólo vegetamos) y nos sacude y provoca para que asumamos nuestra función en
el Plan de Dios, que se identifica con el Proyecto de vida anunciado por Jesús. Así el Resucitado estará presente en cuantos le sigan, haciéndoles sentir hermanos de verdad.
Esta Pascua de Resurrección, que estamos celebrando, ha de despertar en nosotros un deseo intenso de hacerles partícipes a otros de nuestra fe, de nuestra alegría. Produce en nosotros un gozo inmenso el hecho de sabernos salvados en el nombre de Jesús y de haber sido convocados en torno a la mesa de la Eucaristía, banquete de amor fraternal, que nos exige vivir como hermanos. Así haremos posible su resurrección en el mundo, envuelto -por desgracia- siempre en guerras fratricidas. Y cantamos: "En la clara mañana, / tu sagrada luz se difunde / como una gracia nueva.
Que nosotros vivamos / como hijos de la luz y no pequemos contra la claridad de tu presencia."