Marcos 7, 1-13 

“Este pueblo me honra con los labios” 

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo

 

 

El diagnóstico de Israel, que hace Jesús, utilizando un texto de Isaías, es certero: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está muy lejos de mí”.

El corazón es para los judíos la sede de los pensamientos. Fariseos y letrados (en teoría, los más creyentes según ellos), que debían tener su mente centrada en Dios, parecen estar más interesados en aumentar los bienes y las arcas del Templo. Su perversión toca los límites del refinamiento.

Dios manda sustentar a los padres en su ancianidad –es lo que quiere decir hoy “honrar padre y madre”-. Ellos, al contrario, eximen (liberan) de esta responsabilidad a los hijos, que entreguen –donen- sus bienes al Templo. Piensan que es mejor acrecentar el patrimonio del Templo que ejercer la misericordia y amor hacia los padres ancianos.

Representan de este modo la imagen de un Dios egoísta, que se desentiende la debilidad y del dolor humano. Si la piedad se expresa en el amor al prójimo como a uno mismo, ellos pretenden honrar a Dios desentendiéndose hasta de los padres, a quienes les deben la vida.

Es sólo un botón de muestra de una falsa religión, cuyo culto es inútil y cuya doctrina se reduce a meros preceptos humanos, que pretenden sustituir el mandamiento de Dios por tradiciones tan poco humanas. Una religión así y una enseñanza de este calibre carecen de toda autoridad y quedan descalificadas por sí mismas.

Cuántos cristianos, que caminan con el pecho lleno de cruces (de oro) y escapularios, son después exigentes con los demás en el cumplimiento de preceptos morales, pero en su vida diaria son injustos, intolerantes, deshonestos, egoístas, etc. Son los hipócritas que, como dice el Señor, le honran sólo con los labios. A tener en cuenta que la mejor tradición es la que actualiza la voluntad de Dios cada día.

En la mesa de Jesús lo que importa es la solidaridad, la multiplicación, el pan compartido, la vida de los hambrientos, la curación de los enfermos. Le preocupa a Jesús que todos los seres humanos puedan compartir en mesa común el don del Reino, expresado en la comida y en los enfermos curados.

La comunidad cristiana sólo tiene dos opciones: o asume la “buena nueva” del Rreino de Dios o sigue atada a las leyes. No tiene más remedio que elegir, que optar por una de las dos.