Lucas 5, 27-32 

“He venido a llamar a los pecadores”

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo

 

 

Así como los pescadores dejaron las redes para seguir a Jesús, lo mismo hace hoy Leví (Mateo) al sentir la llamada del Maestro. Es Mateo un excluido del sistema socio-religioso judío. Nos obstante, lo llama Jesús para que se integre al Grupo de los Doce. Le abre así, también a él (considerado como excluido) la puerta del amor gratuito de Dios, que está anunciando. Deja Mateo su oficio de cobrador de impuestos y sigue a Jesús. Nos recuerdan con insistencia los Evangelios que, cuantos se sienten llamados, dejan todo para seguirle. Y nos dicen también que ejercían oficios odiados y despreciados por escribas y fariseos. Ahí radica la diferencia con otros Maestros: Jesús llama a quienes ningún otro Maestro se atrevería a llamar.

Mateo, agradecido, ofrece un banquete a Jesús. Y su casa se convierte en espacio de comida compartida, e.d. Iglesia, que se abre y reúne a los excluidos de entonces: publicanos, que son recaudadores de impuestos, y pobres, los insignificantes, los campesinos, los que no tienen tierra ni empleo fijo. Así comparte Jesús la mesa con publicanos y pecadores. Los escribas y fariseos critican este gesto de Jesús, que no duda en compartir con todos. Ellos se sentirían impuros, si hicieran lo mismo. Jesús se encara con ellos y les recuerda que no son ni los propietarios del cielo ni los guardianes de la puerta del Reino, ya que la obra de Dios no consiste en aumentar el número de excluidos y marginados, sino de acogerlos y encaminarlos por senderos de misericordia y solidaridad.

Los escribas y fariseos protestan contra Jesús y critican mordazmente su actuar. Y Jesús explica por qué actúa así. Anuncia que su Reino no esta abierto a los hipócritas, que creen vivir rectamente y según la Ley como ellos. El Reino de Dios, el de Jesús, está siempre abierto a las víctimas de los poderosos.

Los gritos, clamores y exigencias de los antiguos profetas resuenan en cada paso , que da Jesús, desterrando la opresión, la amenaza, la maledicencia, etc., para compartir el pan de cada día con el humilde, indigente y excluido.

Jesús nos lo dice muy claro: “No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores para que se conviertan y me sigan”. Todo un signo del amor gratuito de Dios, que quiere incluir entre los llamados por El a cuantos son despreciados y rechazados por los que se creen los importantes de la sociedad.

Alrededor de aquella mesa, en la casa de Mateo, nace una nueva fe, que reconcilia lo que está dividido e incluye lo que está separado. Ahora todos juntos en el discipulado cristiano comen y beben alrededor de la mesa. APRENDAMOS LA LECCION. Y NO LA OLVIDEMOS DE POR VIDA.