Lucas 6, 36-38 

“Perdonad y seréis perdonados”

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo

 

 

Nuestra mentalidad debe ser distinta de la del mundo, porque en nuestra vida de cada día debemos asumir la superación, que Jesús trajo, a la Ley del Antiguo Testamento. Recordemos cómo en el Antiguo Testamento todos los mandamientos de la Ley son negativos, prohibitivos: “No matarás... no robarás..., etc.” Así los aprendimos de pequeños. Jesús exige a sus discípulos, no sólo evitar el mal, sino que deben hacer todo el bien que puedan, como queremos que nos lo hagan a nosotros. Es ésta una invitación profunda y trascendental, que hoy nos hace Jesús a sus seguidores, para que pueda darse en nosotros un cambio, una transformación, un vuelco total. Lo analizamos así:

- “Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo”: Habría cambiado así también el esquema de codicia, que tiene como fruto el egoísmo, en el que se sustentaba el mundo judío, al excluir la actitud de venganza de los pobres contra los ricos.

Jesús propone una actitud contraria, nueva y diferente: el amor a los enemigos. El sabe que el amor verdadero, el amor que humaniza, no debe estar en razón de dependencia del amor, que ya recibe todo del otro. Este amor sólo quiere el bien del otro, la realización y la felicidad plena del otro. Y todo ello, independientemente de lo que el otro haga o deje de hacer por mí. Así es el amor del Padre Dios, al que Jesús nos invita a seguir para hacer de este mundo una comunidad, una familia de hermanos.

Para comportarnos así es necesaria la conversión, el cambio radical a mejor en cada uno de nosotros. Sólo mediante este cambio y, guiados y conducidos por la fuerza del Espíritu, seremos capaces de renunciar a los falsos valores de este mundo con sus perversas estructuras de poder y dominio y abrirnos al amor, siendo casi tan generosos como el Dios de la creación.

En la práctica, Jesús nos exige:

-negativamente: no juzgar y no condenar;

-positivamente: perdonar y dar, compartir.

El único juez es Dios. Y nosotros no somos quiénes para señalar o etiquetar al otro malévolamente con nuestro prejuicios. Resultaría imposible la convivencia. Por eso debemos practicar la corrección fraterna, mirando primero nuestras propias vigas en nuestros propios ojos, que nos impiden vernos por dentro, y queriendo sólo el bien del otro, mediante el perdón. El cristiano, que no perdona, no ha comprendido este mensaje de Jesús, ni merece el perdón de Dios. No tenemos más remedio que elegir entre perdonar en vez de culpar, dar en vez de retener, recibir en vez de rehusar, confiar en vez de sospechar, respetar en vez de despreciar... En una palabra: Amar en vez de odiar. Amar a los demás con el mismo amor de Dios, que no hace distinciones, y que se conmueve hasta las entrañas cuando se trata de uno de sus hij@s.