Mateo 21, 33-43. 45-46 

“Los viñadores asesinos”

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo

 

 

Se dirige Jesús a los Sumos Sacerdotes y a los Senadores del pueblo con la parábola de la viña, recogida en Isaías, y agregándole que se trata de una viña, que no da fruto. Lo que significa "Viña" es muy importante para Israel.

Se nos describe en esta parábola el rechazo pasado y presente al reconocimiento del señorío de Dios por parte de la clase dirigente de Israel.

La viña no representa a Israel sino al Reino de Dios.

Los arrendatarios representan a la clase dirigente de Israel, verdaderos grupos de poder, pendientes siempre de sus intereses y que intentan adueñarse hasta de la misma viña.

Los criados representan a los profetas y otros enviados de Dios: son rechazados y asesinados.

El dueño de la viña, al Padre Dios, que envía a su propio Hijo, Jesús, dándoles la última oportunidad de reconocerlo y cambiar de vida.

El Hijo enviado muere, mejor dicho, es asesinado por la maldad de los arrendatarios.

Toda la Parábola es una radiografía bien manifiesta de la actitud del pueblo de Israel, que se deja seducir y guiar por sus dirigentes y termina asesinando a Jesús.

Frente a todo esto, el proyecto de Dios se resume en dos hechos bien concretos:

-resucitar a su Hijo, haciéndole Piedra angular;

-ofrecer su Reino a otro pueblo, nuevo y creyente, que descubre en Jesús su fundamento y base de este nuevo estilo

de vida.

Haciendo realidad estos dos hechos, de aquí en adelante no será traicionada la voluntad de Dios y la viña dará fruto abundante de amor y de justicia, de coherencia de vida y de capacidad de servicio a los demás. Como decía el Obispo y Mártir argentino Enrique Angelelli: “Con un oído en el Evangelio y otro en el pueblo” hagamos de nuestra vida un servicio generoso a los demás hasta el extremo del amor. Busquemos –con la ayuda/gracia del Padre y recordemos que la verdad, dicha por Jesús, le costó la vida.

Las comunidades cristianas no son las nuevas propietarias de la viña. Nosotros no somos dueños del Pueblo de Dios, sino que formamos parte de él. Nuestro deber es cuidar, conservar y hacer crecer ese pueblo en la historia. Y nos preguntamos:

¿Cómo cuidamos nuestras vidas personales, familiares, comunitarias?