Lucas 15, 1-3. 11-32. 

Parábola del “Padre bueno”

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo

 

 

Ultimamente se la llama así: del Padre bueno, pues nos muestra a un Dios, que es Padre generoso y paciente, con un amor infinito, cercano a todos sus hijos y hasta detallista. En definitiva, el protagonista de la parábola es el Padre y no el hijo pródigo.

La parábola tiene como oyentes a dos grupos opuestos:

-publicanos y pecadores, que se acercan a escuchar a Jesús;

-fariseos y maestros de la Ley, que murmuran de Jesús.

Jesús nos ofrece en esta parábola la realidad de un Dios, que es Padre lleno de misericordia, que ama a los dos hijos y a los dos los invita a la fiesta de la reconciliación.

En el hijo menor se ven presentes cuantos conservan la bondad y ternura del corazón a pesar de sus fallos y errores y pecados y su vida descarriada...

En el hijo mayor se hacen presentes escribas y fariseos, es decir, cuantos se creen buenos y que no necesitan convertirse, porque nunca se equivocaron, y siempre se ven cerca del padre cumpliendo la ley, aunque el amor sea el gran ausente de su vida.

Y nosotros, ¿a quién nos parecemos?

1° Algo tenemos del hijo menor: para sentirnos libres, nos distanciamos del Padre, pero regresamos pronto, sabedores que el Padre nos ama siempre, nos perdona siempre. Y, como decimos vulgarmente, donde mejor se vive es en casa.

2° Algo tenemos también del hijo mayor, cuando suplantamos a Dios por sentirnos cumplidores de la Ley y, en su nombre, decidimos quiénes son los buenos y quiénes los malos, mientras no reconocemos a los más pequeños como hermanos.

3° Algo tenemos igualmente del criado quien, ante la pregunta del hijo mayor, responde que el motivo de la fiesta es la recuperación por parte del padre del hijo menor, “sano y salvo”. Ve el criado sólo lo exterior y no descubre que, además de “sano y salvo”, lo ha recuperado “convertido y nuevo”.

4° La misericordia de Dios, tal como la manifiesta Jesús, sorprende a todos. Los fariseos y los escribas no creen que Dios pueda amar al pecador antes de que se convierta. Así dice una famosa sentencia de los rabinos: “No te juntes con el impío, ni siquiera para guiarlo en el estudio de la Ley.”

¿Qué tendremos nosotros que hacer, como cristianos, frente a esos “hijos mayores”, que impiden que la misericordia, la justicia y la fraternidad reinen en el mundo?