Mateo 6, 19-23

"Donde está tu tesoro, allí está tu corazón"

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo  

   

Ya en 1989, la quinta parte más rica de la tierra (unos mil millones) disponía del 82,7 % de los ingresos, del 81,2 % del comercio mundial, del 94,6 % de los préstamos comerciales, etc. En el vértice opuesto, la quinta parte más pobre (unos mil millones) disponían sólo del 1 % de los ingresos, el 1 % del comercio, el 0,2 % de los préstamos, etc.

Todo ello, efectos macabros del neoliberalismo. Se va así agudizando la brecha entre los pocos, que tienen mucho, y los muchos, que tienen poco.

Parece, examinando esta desoladora estadística, que Jesús les dirigiría hoy a los países más desarrollados que, amontonando riquezas e inhumanidad, a costa de los excluidos del mundo, venden su corazón al dinero y no son capaces de contribuir con el 0,7 % de sus ingresos para erradicar el hambre en el mundo.

Y a nosotros, que nos decimos seguidores de Jesús de Nazaret, ¿qué nos dice este mensaje?

Nos insiste Jesús cómo en nuestra vida debemos intentar alcanzar los tesoros del cielo, que no tienen riesgo, frente a los tesoros de la tierra, que son perecederos y sí tienen riesgo.

¿Qué queremos conseguir en la vida? ¿En qué consumimos nuestras energías? ¿Ponemos nuestra obsesión, nuestro empeño en alcanzar riquezas y tenerlas bien seguras en casa, en el Banco o en Fondos de Inversión o en Acciones?
¿Nos creemos así seguros para toda la vida? Jesús nos advierte: para conseguir todo, hay que poner el corazón (que en la cultura hebrea se identifica con la mente y la conciencia). Por eso, no puedo convertirme en dueño de las cosas; son ellas las que me tienen y esclavizan y me impiden ver la vida con ojos limpios. La codicia no nos conduce a la luz, a la vida, sino a las tinieblas y a la muerte.
El creyente, por vivir en el mundo, tiene que manejar dinero y tener proyectos, pero ¡ojalá!, siempre dirigidos al servicio del hermano más pobre. Sólo así seremos desprendidos. También la comunidad cristiana debe seguir este camino. Decía Panniker:
"Cuanto más somos en el otro, más somos nosotros mismos."