Juan 20, 24-29

Fiesta de Santo Tomás Apóstol

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo  

 

Lo que más recordamos de Tomás son sus dudas ante Jesús Resucitado. Debiéramos recordar también, según nos cuenta Juan 11,16), cómo está dispuesto, si es necesario, a compartir con Jesús la voluntad de morir con El. Y anima a los demás discípulos que se sumen a la suerte de Jesús. Se le llama mellizo por su parecido a Jesús. Aún así, no descubre lo que le espera al Maestro: su muerte en una cruz y su posterior resurrección.

Juan no quiere que haya dudas: el mismo Jesús histórico, que nació de María, sólo que ahora transfigurado por la resurrección, es el que se aparece a personas concretas. Desde luego, sólo se le puede reconocer, si El se da a conocer.

Los discípulos están alegres porque han visto al Señor. Lo han reconocido, porque les ha mostrado las señales de la pasión en las manos y en el costado. Tomás no está con ellos.

Esta ausencia, posiblemente debida a la tozudez y terquedad de Tomás. Así era de carácter.

Los discípulos comunican a Tomás esta Buena Noticia de cómo se les "ha aparecido" Jesús.

Tomás no se fía de ellos. Es tozudo; opone resistencia, exige pruebas y pone condiciones para creer. En concreto, éstas:
-"ver las señales de los clavos",
-"meter el dedo en la señal de los clavos",
-"meter la mano en el costado".

Llama la atención la actitud generosa de Jesús, que se aparece de nuevo estando Tomás y les ofrece las pruebas, que había exigido. Y, además, le envita a no "ser incrédulo sino creyente".

La respuesta de Tomás nos emociona. Cargado de afecto, confiesa su fe en la Resurrección de Jesús y le reconoce como Señor y Dios. ¡Aprendamos nosotros la lección!

No es, desde luego, ejemplar la experiencia fallida de Tomás. Muerto Jesús, sólo puede llegarse a El por la práctica del amor mutuo en la comunidad, no por la vista ni por el tacto. De ahí las palabras de Jesús, también dirigidas a nosotros: "Dichosos los que crean sin haber visto", como fe que se hace vida en la práctica de nuestro amor al prójimo, presencia viviente del mismo Cristo.