Lucas 1, 21-40

Fiesta de la Presentación del Señor

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo  

 

- María y José, con el niño Jesús en brazos, vienen al Templo para cumplir el rito judío de la purificación de la madre y de la presentación del niño que, como primogénito, debía ser rescatado con un par de tórtolas -al ser pobres sus padres-.
- En el Templo encuentran a dos ancianos, quienes, como creyentes sinceros, esperaban ansiosos la venida del Mesías, del Salvador de Israel, y el Señor les concede la gracia de este encuentro con Jesús niño antes de que les llegue la muerte: Simeón y Ana.
- Simeón recibe en sus brazos al Niño y lo eleva como signo de ofrenda al Padre.

Habiendo visto al Salvador, ofrece también su propia vida y profetiza que una espada traspasará el alma de María: seguramente se refiere a los dolores, que la madre tendrá que sufrir, al ver morir a su Hijo en la cruz. Y también se referirá a los dolores de María al no comprender los pasos, que va dando Jesús en su vida. 

Aunque ella es la que mejor conoce y más ama a Jesús, no entenderá a veces su actuación y, porque le quiere, sufrirá más que nadie. Aun así, María, como hermosa patena, ofrece su Hijo al Padre y nos lo ofrece también a nosotros. Ella vive en permanente entrega desde la pobreza más radical. Y ella, la Purísima, llena del Espíritu Santo, se somete al rito judío de la purificación por haber dado a luz a Cristo, luz de las naciones.
- Ana, la profetisa, asume el compromiso de continuar en su prédica para mantener viva la esperanza de Israel por parte de todos los judíos, que acudan al Templo. Porque Cristo va a ser la luz, que ilumina a los hombres, pero, a veces es tan fuerte, que ciega, desconcierta y divide.
- Al final, nos invita Lucas a que hagamos como Jesús: su esperanza y compromiso no va a crecer a la sombra del Templo sino que se va a desarrollar y madurar en la vida oculta y simple de un pueblito, Nazaret, de las montañas de Galilea. 

"Para que también nosotros aprendamos la lección."