Juan 20, 1. 11-18

Santa Maria Magdalena, 22 de Julio

Autor: Padre Juan José Palomino del Alamo  

 

En su encuentro con el Resucitado experimenta la nueva vida del Maestro y, aunque desea tocarlo, no necesita ya la presencia física de Jesús. La luz del Resucitado ha transformado en un instante su vida y corre a anunciarlo a los Apóstoles para que también le descubran ellos.

La conocemos como María Magdalena, porque nace en Magdala, un pueblo de Galilea. Nos dicen los Evangelios que Jesús había expulsado de ella siete demonios (como el máximo posible) Se siente por ello curada y agradecida. Es testigo de la crucifixión de Jesús y la única mujer que se acerca a la tumba vacía.

Encuentra allí a dos ángeles y a un hortelano, que la pregunta por qué llora. Tiene una sola respuesta: porque no encuentra el cadáver de Jesús. Al final, por el tono de voz de Jesús, que la llama por su nombre, la hace reconocer en el hortelano al Maestro resucitado. Jesús, entonces, la encomienda una misión: que anuncie a los Apóstoles su resurrección y ascensión al Padre.

Así una "mujer de la vida" se transforma en santa. ¿Hemos encontrado nosotros en nuestra vida a Jesús? ¿No nos faltará para que así sea la ternura y la pasión de María Magdalena?

¿No seremos capaces de descubrirle en la gente sencilla, en el hortelano, en el obrero de nuestras ciudades, etc.? Si lo logramos, conducidos por la fe, nos veremos convertidos, como María Magdalena, en mensajeros de resurrección y vida, de victoria sobre el pecado y la muerte. 

¿A qué esperamos?

María Magdalena es un claro ejemplo del papel tan importante, que desempeñó la mujer en la Iglesia primitiva. Por desgracia, después ha sido despojada gradualmente por culpa de un proceso de clericalización machista, que necesita sin más ser estudiado en profundidad y ser revisado a conciencia.