Domingo de Ramos
Mateo 26, 14--27, 66: Morir para “vivir”

Autor: Monseñor Juan Rubén Martínez

 

 

Con la celebración del domingo de Ramos entramos decididamente en la Semana Santa. Jesucristo, el Señor entra en Jerusalén. Es ahí donde vivirá la intensidad de sus últimas horas. En este domingo leeremos los textos de la pasión según San Mateo. Jesús montado sobre un pobre burro, es el rey humilde que contradice el poder romano y religioso de los judíos de la época que no entendieron la presencia de Dios. Con la lectura de estos textos nos prepararemos para celebrar el jueves, la cena del Señor, la institución de la Eucaristía y del sacerdocio ministerial. La celebración del “vía crucis” el Viernes Santo. El sábado por la noche la Misa empezará en la oscuridad y el cirio será la luz de Cristo, la esperanza y la Vida que ilumina las tinieblas. Los aleluyas expresarán el triunfo de la Vida, sobre la muerte, porque Cristo, resucitó. La liturgia Pascual nos invitará a que nosotros también subamos a Jerusalén para vivir nuestra Pascua.

 

Muchos al escuchar hablar de Semana Santa o Pascua, lo asocian solamente a vacaciones o a diversión. Como algunos contemporáneos de Jesús, no captan, ni entienden el sentido profundo y la posibilidad que Dios quiere regalarnos de vivir la conversión y la Pascua. Hoy corremos el riesgo que el secularismo nos lleve a vaciar de contenido de aquello que celebramos. El secularismo, es una forma de ateísmo práctico. No está mal que en estos días algunos quieran tomarse un descanso de la rutina diaria, pero esto debe convivir con nuestro compromiso cristiano de participar y vivir la Pascua y las celebraciones, para renovar la fe.

 

Esta Semana Santa es un tiempo en donde podremos encontrarnos con Jesucristo, en toda su intimidad, realidad y plenitud. Si Él es el Camino, la Verdad y la Vida, podremos reconocer en la Cruz, y en nuestras cruces, las opciones válidas para encaminarnos a “la vida nueva” de los hijos y amigos de Dios. El Papa Juan Pablo II nos decía en su última Semana Santa: “No se sorprendan después si en su camino se encuentran con la cruz. ¿Acaso Jesús no les ha dicho a sus discípulos que el grano de trigo tiene que caer en tierra y morir para dar mucho fruto? (Jn. 12,23-26). ... Después de la resurrección de Cristo, la muerte no tendrá más la última palabra. El amor es más fuerte que la muerte. Si Jesús ha aceptado la muerte en cruz, haciendo de ella el manantial de vida y el signo del amor, no es ni por debilidad ni por gusto al sufrimiento. Es para obtener la salvación y hacernos partícipes de su vida divina”.

 

Como cristianos sabemos que la conversión tiene una dimensión personal y social. También necesitamos insertar la Pascua, el morir y vivir en nuestra sociedad y cultura. En definitiva las estructuras de pecado, llámese el negocio de la droga, el alcohol…, o tantas situaciones que siempre dañan la dignidad del hombre tienen su raíz en el pecado personal, de cada varón o mujer que no se disponen a realizar una opción por el bien común y social. Una sociedad podrá ser más “pascual” y generar esperanza cuando en la vida pública se cuente con gente que en lo personal haga una opción que rechace toda forma de tolerancia con la injusticia, e instale opciones donde el bien de la gente esté en el centro.

 

En un texto denominado “Para que renazca el país”, los obispos argentinos decíamos: “El misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo que nos disponemos a celebrar nos dice que hemos de morir a todo lo que haya de malo en nosotros para resurgir a la Vida nueva. Nada más mortal que el pecado en todas sus formas, personal y social. Cada cristiano debe morir a su pecado para poder ser hombre nuevo. La Argentina debe morir a concepciones sociales corruptas de la vida política, económica, social y cultural, para que pueda nacer un país regido por la verdad, la justicia, el amor y la solidaridad” (9). La celebración de esta Pascua próxima de 2008, nos invita a tener esperanza.

 

Queridos amigos, a todas las personas de buena voluntad, a los cristianos y especialmente a nuestros jóvenes, al finalizar esta reflexión no dudo en pedirles que nos dispongamos a compartir con Jesús, el Señor, estos días, a vivir la Pascua, para renovarnos en la fe y podamos ser fermento de transformación social e instrumento de esperanza.

 

¡Les envío un saludo cercano y hasta el próximo domingo pascual!

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas