I Domingo de Cuaresma, Ciclo B
Marcos 1,12-15: “Aportes para una espiritualidad Pascual”

Autor: Monseñor Juan Rubén Martínez

 

 

Iniciamos el tiempo cuaresmal como un tiempo de preparación para celebrar la Pascua, el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo, el Señor. Cada año celebramos la cuaresma y la Pascua, pero para nosotros los cristianos no es una mera repetición de ritos, sino que la liturgia que celebramos nos permite actualizar el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo, el Señor. Actualizar, o sea hacer presente aquello que sucedió históricamente. La liturgia celebrada, la Palabra de Dios que vamos leyendo, los signos y gestos de la cuaresma y Pascua, son una verdadera fuente de espiritualidad que deben implicar nuestra vida, opciones y criterios cotidianos. Un ritual solamente externo que no busque comprometer nuestras vidas y nos lleve a “convertirnos y creer en el Evangelio”, podría no ser una verdadera liturgia cristiana, que siempre es fuente de espiritualidad. 

La cuaresma es un tiempo penitencial que busca en nosotros los bautizados que podamos realizar un verdadero examen de conciencia, y revisar que idolatrías dificultan tener a Dios como el absoluto de nuestra vida. La cuaresma es un tiempo de gracia en donde podemos desde la humildad y pequeñez internalizar el misterio pascual, el morir, para vivir en la nueva condición de hijos e hijas de Dios. La preparación cuaresmal y la Pascua, es celebrar el Amor, el Amor de Dios que nos busca en Jesucristo, el Señor, quien nos enseña que Dios no es un concepto, algo abstracto o lejano, sino que es nuestro Padre que quiere abrazarnos, besarnos y prepararnos una fiesta como el hijo pródigo del Evangelio. 

Esta cuaresma 2009 nos encuentra como Diócesis tratando de asumir el momento de especial gracia vivido en el año jubilar en 2007, cuando celebramos los 50 años de creación de nuestra Diócesis, y buscando asumir el don de Dios vivido en nuestro primer Sínodo Diocesano. El Sínodo providencialmente pudo asumir en sus “Orientaciones pastorales” el documento de Aparecida, principalmente en su referencia a que en nuestro Continente podamos ser verdaderamente “discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan Vida”. Solo desde la conversión a Jesucristo, el Señor, podremos ser testigos y misioneros en este inicio del siglo XXI. 

Una espiritualidad Cristo-céntrica y pascual

En esta reflexión cuaresmal quiero profundizar uno de los desafíos que señala el documento “Navega mar adentro”, de la Conferencia Episcopal Argentina, sobre la necesidad de orientar “la búsqueda de Dios” hacia una espiritualidad cristiana más madura y comprometida. Nuestro  tiempo caracterizado por un fuerte secularismo, o sea la omisión de Dios, y una creciente indiferencia, sobre todo en el mundo urbano, convive con una masiva religiosidad y búsqueda de espiritualidad “que requiere canales adecuados para promover el auténtico encuentro con Dios” (N.M.A. 29). 

La providencia nos regaló el documento de Aparecida que nos impulsa a tener una mayor espiritualidad para ser “discípulos y misioneros de Jesucristo”. La clave de la espiritualidad es poner la centralidad en la persona de Jesucristo. En Él hemos conocido que Dios, no es un Dios lejano, una abstracción, sino que es nuestro Padre. Un Padre que nos ama, que quiso estar en medio nuestro, que envió a su Hijo quien se encarnó, que nació en un pesebre, y que nos amó tanto que dio su vida, para que nosotros la tengamos en abundancia. Por eso en la Pascua celebramos “el Amor de Dios” 

El documento de Aparecida señala: “El Señor nos dice: “No tengan miedo” (Mt. 28,5). Como las mujeres en la mañana de la Resurrección, nos repite: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? (Lc. 24,5). Nos alientan los signos de la victoria de Cristo resucitado, mientras suplicamos la gracia de la conversión y mantenemos viva la esperanza que no defrauda. Lo que nos define no son las circunstancias dramáticas de la vida, ni los desafíos de la sociedad, ni las tareas que debemos emprender, sino ante todo el amor recibido del Padre gracias a Jesucristo por la unción del Espíritu Santo… Aquí está el reto fundamental que afrontamos: mostrar la capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo. No tenemos otro tesoro que éste. No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu de Dios, en la Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos, no obstante todas las dificultades y resistencias. Este es el mejor servicio -¡su servicio!- que la Iglesia tiene que ofrecer a las personas y naciones” (14). 

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!               

           

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas