VII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Marcos 2, 1-12: ¡Curado por “Dentro” y por fuera!

Autor: Padre Juan Sánchez Trujillo

 

 

Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaún, se supo que estaba en casa. Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Él les proponía la palabra.
Llegaron cuatro llevando un paralítico y, como no podían meterlo, por el gentío, levantaron unas tejas encima de donde estaba Jesús, abrieron un boquete y descolgaron la camilla con el paralítico. Viendo Jesús la fe que tenían, le dijo al paralítico: Hijo, tus pecados quedan perdonados.
Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros: ¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, fuera de Dios? Jesús se dio cuenta de lo que pensaban y les dijo: ¿Por qué pensáis eso? ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico "tus pecados quedan perdonados" o decirle "levántate, coge la camilla y echa a andar"? Pues, para- que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados, entonces le dijo al paralítico: Contigo hablo: Levántate, coge tu camilla y vete a tu casa. Se levantó inmediatamente, cogió la camilla y salió a la vista de todos.
Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: Nunca hemos visto una cosa igual.
Marcos 2, 1-12  

Si a muchos de nosotros se nos pusiera en la alternativa de elegir entre la salud física y la salud moral, entre la curación de una parálisis y el perdón de nuestros pecados, seguro que en general nos decidiríamos por lo primero, sobre todo si tenemos perdido el sentido de Dios y ahogado el sentido del pecado.

Por supuesto que es un deber moral del hombre mirar por la salud propia y ajena, hasta el punto de que incucurriríamos en pecado si descuidáramos negligentemente el bienestar corporal En este sentido los avances de la medicina y las conquistas quirúrgicas son la nueva providencia de Dios a través de los hombres y una manera científica de ejercer virtuosamente la caridad fraterna. Precisamente uno de los sentidos de los milagros curativos de Cristo es significar la presencia eficaz y misericordiosa de Dios en medio de los enfermos y débiles, y una prueba acreditativa de que el Reino de Dios ha comenzado, de que el Mesías salvador ya anda en medio de su pueblo realizando su misión curadora.

Pero volviendo a la alternativa arriba expuesta, por muy importante y gratificante que sea la salud del cuerpo, cuando el hombre vive y sufre su condición de pecador y reconoce ante Dios las rupturas afectivas con Él y con los hermanos, entonces el hombre de sensibilidad moral prefiere mil enfermedades físicas antes que verse privado del amor a Dios y a los hermanos. Porque es tal calidad y cantidad de vida interior que se obtiene cuando nos liberamos de los ídolos del poder, del tener y del placer y servimos amorosamente a Dios y nuestro prójimo, que no hay felicidad y plenitud comparables a ese estado de bienestar teologal y fraterno, fruto ante todo del tacto y contacto con Cristo, singular protector en las enfermedades y médico exquisito de nuestras almas.

Esa robustez espiritual, esa salud del espíritu, ese plenitud de amor divino y humano, hace exclamar a sus beneficiarios en medio incluso de terribles enfermedades aquello de Santa Teresa: “dad salud o enfermedad..., que a todo digo que sí”, avezados y acostumbrados como están a dar “dar gracias a Dios siempre y en todo lugar”, quedando atónitos y dando gloria a Dios diciendo: “nunca hemos visto una cosa igual”.