Solemnidad: La Santísima Trinidad, Ciclo B
San Mateo 28,16-20:
Amante, Amado y Amor

Autor: Padre Juan Sánchez Trujillo

 

 

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Mateo 28, 16-20

Aunque eran distintos, se entendieron de siempre, no podían vivir el uno sin el otro. Tal para cual, como el anillo al dedo, como lo convexo y lo cóncavo. Eran más que la sombra y el cuerpo, que la fuente y el río, más que el grito y el eco... En el Hijo tenía su espejo viviente aquel Padre, y en el Padre tenía su Original el Hijo.

Y un Tercero desde ellos, como amor que da y recibe, como el brote necesario y el abrazo indisoluble del Amante y del amado, el Espíritu de unión, el “va y ven” referencial del Yo de Dios y su Tú, el Afecto personal de Ambos a dos.

Y los Tres mantenían desde siempre y para siempre relaciones en su vida suficiente y solidaria. Pero un día quiso el Padre hacer más hijos como el Hijo, y brotaron muchos hombres y más cosas, parecidos a su Imagen. Y otro día el Rostro de Dios se vistió de nosotros por dentro y por fuera y conocimos al Padre de lejos y de cerca. Su Eco de siempre sonó en nuestra carne y llegó a nuestro oído de hombres, y escuchamos al Padre mejor. Quien miraba de cerca y profundo a Jesús, el Espejo y el Eco de Dios, entendía del Padre y sacaba por la pinta a la Persona reflejada en su Existencia.

Desde entonces ya todos los hombres, mediante el Amor como fuerza vinculante, confraternizarían en Cristo hacia un Padre común compartido. Y la tarea de la nueva familia de los hombres sintonizaría con el eterno dar y recibir de Dios, surgiendo el amor en el mundo. Y por amarse, los hombres serían distintos e iguales, personales y comunitarios, plurales y unos. Y habría padres, y habría hijos y habría amantes... Y, convertidos en su morada, empezó a andar por casa el Misterio del Dios Uno y Trino. Los ríos y los torrentes, a su vez, celebraron su destino bautismal, y ofertaron sus aguas lustrales para que con ellas remontaran los hombres sus vidas y, embarcados en Cristo, ascendieran, Viento en popa, hasta la fuente de todos. Y de todo ello serían testigos los cuatro puntos cardinales.