XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Juan 6,1-15: El milagro de darse y de dar

Autor: Padre Juan Sánchez Trujillo

 

 

Después de esto, se fue a Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. Estaba próxima a la Pascua, la fiesta de los judíos.
Al levantar Jesús los ojos y ver que venía mucha gente, dice a Felipe: Dónde vamos a comprar panes para que coman éstos? Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco. Le dijo uno de los discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos? Dijo Jesús: Haced que se recueste la gente. Había en un lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los partió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda.
Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. Al ver la gente la señal que había realizado, decía: Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo. Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo. Juan 6, 1-15

Somos muy ricos, Señor.
Cualquiera de nosotros tenemos más de doscientos denarios. En nuestro mundo hay muchos euros, muchos dólares… Los contamos por billones con “b”.

En el momento en que lo quisiera la macro-economía, la deuda exterior de los países pobres desaparecería rápidamente.. Con nuestros sistemas científicos de producción casi en un abrir y cerrar los ojos todos los pobres lázaros del mundo se podrían convertir hasta en ricos epulones. Y no serían doce las canastas sobrantes, sino setenta veces siete los excedentes devengados tras alimentar al mundo. Bastarían con que nuestras bombas se convirtieran en panes y nuestras piedras en peces fraternos...

Pero somos muy pobres, Señor.
Tan pobres, que preferimos que se pudran nuestras sobras antes de que con ellas se llenen las bocas vacías. Alguna que otra vez jugamos a ser menos pobres - a ser menos malos - y es de nuestras sobras con lo que queremos sentimentalísticamente satisfacer las necesidades ajenas. Son muy pocos los hombres, son muy pocas las comunidades que, como la viudas del templo o el joven de los cinco panes, se quedan sin lo suyo para hacer posible el milagro y merecer la alabanza de Dios. Hasta Satanás nos aventaja en propuestas humanitarias, al ofrecer la posibilidad de convertir en el desierto las piedras en pan...

¡Qué lástima, Señor, que nuestro pan y nuestro progreso, que merecidamente llevan la marca de la fatiga humana, no lleven también la marca del amor, la marca de la repartición! Y por eso es por lo que, saturados y obesos, seguimos hambrientos los hombres, necesitando lo que no necesitamos. Y hasta para mayor ironía y sacrilegio, te pedimos que nos des “el pan nuestro de cada día”, cuando a todas horas hacemos lo nuestro mío borrando de la tierra la presencia del Padre al rehusar compartir el pan, lo que somos y tenemos.

Haz, Señor, que nuestra persona se haga pan. Que nos liberemos de ser propietarios de nosotros mismos. Tritúranos el núcleo de nuestro egoísmo. Y en tus manos acéptanos como don universal, convirtiéndonos en signos, en sacramentos de tu amor hacia los hombres...