XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Juan 6, 51-59: Saborear el Pan que hace sabios

Autor: Padre Juan Sánchez Trujillo

 

 

La Sabiduría ha edificado una casa, ha labrado sus siete columnas, ha hecho su matanza, ha mezclado su vino, ha aderezado también su mesa. Ha mandado a sus criadas y anuncia en lo alto de las colinas de la ciudad: Si alguno es simple, véngase acá. Y al falto de juicio le dice: Venid y comed de mi pan, bebed del vino que he mezclado; dejaos de simplezas y viviréis, y dirigíos por los caminos de la inteligencia. Proverbios 9, 1-6

A inexpertos y faltos de juicio, a insensatos y aturdidos, a hambrientos y sedientos de vida trascendente hablan los textos bíblicos de hoy. Tal vez muchos no nos daremos por aludidos; y hasta podríamos calificar tales expresiones de provocaciones lesivas de la dignidad del hombre moderno, tan experto como es él en todo tipo de experiencias, sensateces y argucias. Hasta podrían sonarnos, dados los altos niveles de ciencia y experiencia a que ha llegado el hombre de hoy, hasta podrían sonar a ignorancia de las propias ignorancias y a desconocimiento frívolo de las experiencias ajenas...

Y, sin embargo, el hombre creyente, antiguo o moderno, dispone como gracia y como mérito, de una experiencia y sensatez, de una concepción del hombre y del mundo, de un sentido último de la vida, que con humildad pero sin complejo puede, debe y quiere ofertar al hombre experto y experimental de nuestros tiempos, tan tentado a no ver más allá de sus narices experimentalistas.

Se trata, en efecto, de una sabiduría arcana de siempre y para siempre; de un vino añejo y reciente; de un misterio experimentado y por descubrir; de una clave de lectura y de felicidad... que el hombre creyente utiliza y enseña, alimentado como está del pan y del vino de la Sabiduría; borracho y lleno como se le ve del Espíritu de Cristo, Verbo y Pro-verbio de Dios...

Por todo ello, ¿quién entre nosotros es el sabio profundo, el prudente auténtico, el realmente experto? ¿A quiénes se les revela, y quiénes lo poseen, el sentido primero y último del mundo?

¿Quién es el tonto y el necio, el inexperto y aturdido, el insensato y falto de juicio? ¿No es el que, a base de saber muchas cosas, no se sabe ni se quiere saber a sí mismo ; el que conociendo perfectamente el cómo de la realidad humana y mundana, ignora el qué y el para qué de la propia y ajena existencia personal ; el que, haciendo mal o desmedido uso de sus conquistas técnicas y bravatas sociales, declara obsoletos y caducos, improcedentes y perjudiciales el testimonio clásico de “sólo sé que no se nada” del humanísimo Sócrates o el agudo pensamiento de nuestro dramaturgo español “al final de la jornada aquél que se salva sabe, y el que no sabe nada” ?

¿Llamaremos experto y juicioso al que cerrado en su circunscripción cientifista, reclama para sí la patente del saber de la vida y del hombre; y niega el pase y el “imprimatur” a toda sabiduría espiritual y trascendente que no quepa en sus, por demás laudables y utilísimos, laboratorios? ¿O calificaremos, asimismo, de experto y entendido al que, a base de variar y multiplicar experiencias superficiales de “vida”, vive permanentemente desplazado de su ser más sincero, de su verdad más real, de su centro humano-divino, de su dimensión temporal y eterna...?

¿Y quiénes se darán por aludidos, y aceptarán la invitación que la Sabiduría nos hace hoy?